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EL TORNIQUETE MATRIMONIAL

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En estos tiempos que corren las autoridades eclesiásticas han aflojado bastante los templetes del torniquete matrimonial. Antes se decía que el amarre era indisoluble, o sea que no se disolvía ni con gasolina, ni con ácido muriático, ni con acetona, ni con nada y solo se otorgaba la libertad incondicional a una pareja por razones muy especiales; por ejemplo, por fallas mecánicas, como se hace en las carreras de automóviles o de bicicleta, debido que el motor no funciona, o a la cicla se le daño la palanca de los cambios; era lo que se llamaba, un matrimonio “non consumatum”, que es lo mismo que matrimonio sin aquellito.

Es la falla más difícil de comprobar porque generalmente nadie puede observar como testigo.

También se concedía anulación, cuando cualquiera de los dos contrayentes era tramposo, o sea que jugaba en otro equipo, o cuando había pruebas de que uno de ellos tenía la teja corrida en el momento del amarre, o cuando las había de que el matrimonio se hizo con padrino gringo, o sea con Smith & Wesson, colocado detrás de los riñones del novio.

Hoy los tribunales eclesiásticos han aumentado las causales y un enlace se puede disolver por malos tratos; verbigracia, manteniendo el marido a su mujer a ración de hambre y rejo, o por falta de cumplimiento en las cláusulas y responsabilidades del contrato, o porque uno de los contrayentes se escapa del nido, dejando al otro colgado de la brocha.

Son varias las causales de nulidad, con lo cual se puede constatar que son muchos los modos de lograr zafarse del cabezal, sin que ello quiera decir que la cosa sea como soplar y sorber mazamorra, pues los cargos tienen que ser autenticados con testigos o comprobantes que no dejen ninguna duda, y eso resulta muy difícil en ciertos casos, como el de las fallas mecánicas, que siempre ocurren cuando no hay nadie mirando y con el bombillo apagado.

Pero sea cual fuere el motivo, hay que instaurar una demanda y pelearla duro en los tribunales, pagando un abogado especializado y eso cuesta bastante plata. De suerte que eso de pretender volver a la soltería no está propiamente al alcance de la gente de abajo que no tiene chequera, ni ahorros en el banco.

En el matrimonio civil, parece que la desatada del nudo matrimonial es algo sencillo, como ocurre en los Estados Unidos. Para no citar sino un solo caso, ahí está la ojiverde Liz Taylor, que se casó ocho veces, sin más inconvenientes que el de habérsele corrido una vértebra del espinazo, tal vez de tanto trajín. Allá no hay, como se ve, tantas dificultades. A veces basta con comprobar que la señora ronca o que el marido tiene pecueca.

Entre nosotros, los colombianos, a veces los tribunales son muy benévolos, como cuando se trata de un jefe de Estado que lleve más de veinte años de casado, aunque ya tenga nietos. Lo único que se exige es que haga la solicitud cuando ejerce la presidencia. En tales circunstancias no es propiamente que se le anule el matrimonio, sino que se le concede una jubilación por razones de incapacidad, tiempo cumplido y porque más que la anulación, lo que se le otorga un premio de resistencia.

Creo que no está lejano el día en que la fórmula matrimonial ya no diga “hasta que la muerte los separe”, sino “hasta que en Roma lo divorcien”.

(Norberto Serrano Gómez, tomado del periódico “El Zapatoca”)

 

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