Sucedido en Girón, Santander. Unos medios de comunicación publicaron la siguiente noticia: “Gertrudis fue condenada a muerte por causarle severas lesiones a un motociclista, al que arrolló cuando transitaba por las empedradas calles de Girón. El hombre fue hospitalizado y Gertrudis, enviada a esperar la ejecución de su pena en un potrero”.
La severidad del castigo y las inhumanas condiciones del presidio habrían levantado las voces de las organizaciones defensoras de derechos humanos. Sin embargo, solo se trató de la curiosa anécdota de una desprevenida vaca criminalizada por deambular de manera imprudente.
Suerte similar a la de Gertrudis (de la que no se volvió a saber) corrió Luz, una gata angora chilena sentenciada al patíbulo por estar infectada con rabia. Los vericuetos judiciales no fueron asunto fácil para la minina: su caso fue de tribunal en tribunal, pasando por la Corte de Apelaciones de Valparaíso, hasta llegar a la Corte Suprema de Chile.
Las malas lenguas dicen que Luz se contagió de rabia por andar jugueteando con un murciélago que, días más tarde, fue encontrado muerto. De manera unánime, la Sala IV del alto tribunal chileno rechazó un recurso impuesto por la propietaria de la gata y ratificó el fallo de la corte de apelaciones, en estricta aplicación de las normas sanitarias.
Pero, la condena en contra de Luz no se llegó a cumplir. Tan pronto como se enteró de la sentencia, cuenta su dueña, la gatita aprovechó un traslado al veterinario ordenado por la Fiscalía de Valparaíso, para escaparse de la jaula, burlando todos los cercos de seguridad. Hoy, la mañosa condenada engruesa las listas de reos ausentes.
Las que no pudieron escapar de las autoridades fueron 12 ovejas, también chilenas, procesadas por devorarse, completito, un cultivo de fríjoles, avaluado por su dueña en 275 dólares (suma equivalente a casi un año de producción). La enfurecida agricultora no quiso aceptar las explicaciones del dueño del rebaño, que se negó a pagar la cantidad de dinero exigida como compensación por las pérdidas.
Las ovejas fueron sometidas a una inspección judicial, decretada por el fiscal de la localidad, Padre de las Casas. Un grupo de veterinarios y agrónomos deberá elaborar el dictamen, para comprobar si los lanudos animales armaron afrijolada y a cómo les salió el plato.
Claro que otros animales han tenido mejor suerte. Unos meses atrás, una gallina, cuyo nombre se desconoce, fue hallada inocente de perturbar el tráfico en una congestionada calle de la población minera de Johannesburgo (California-EE.UU.). El pollo, al que se le había puesto una multa de 54 dólares, se salvó de tener qué echarse la mano al dril, por ser un animal doméstico.
El abogado del animalito argumentó que las leyes estatales restringían el tránsito de ganado por las calles, pero no decían nada de animales domésticos, como las gallinas. La Corte Superior del Estado aceptó los alegatos del jurista y dejó sin efecto la sanción.
En todos los casos, los sindicados permanecieron bajo la custodia de las autoridades mientras se les definía su situación. Algunos historiadores cuentan que esta costumbre proviene de leyes judías en las que se prohibía el uso de animales condenados judicialmente. Inocentes o culpables, lo cierto es que todos fueron procesados por bestias.