Blanca Inés Prada Márquez
Filósofa, Historiadora - Bucaramanga, Colombia
Por todas partes, hoy más que nunca, se habla de la “dignidad humana”, de que todo hombre es “digno”, de que la “dignidad humana” merece respeto, reconocimiento, defensa ante la ley.
¿De qué dignidad estamos hablando? ¿De dónde le viene al hombre su dignidad?
Sobre el tema de la dignidad humana, al menos en occidente, tenemos dos versiones muy importantes: la versión religiosa y la versión filosófica. La versión religiosa la encarna el pensamiento Judío Cristiano, donde la dignidad humana se fundamenta en el hecho de aceptar que todos los hombres, sin excepción han sido creados a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto todos son iguales y absolutamente dignos puesto que participan nada menos que de la divinidad.
Esta es una versión que exige el presupuesto fundamental de la fe: sólo a través de la fe podemos aceptar que hay un padre común para todos los hombres y que este es un ser maravilloso llamado Dios.
Hay otra versión más universalizante, es la versión filosófica, esta tiene su principal soporte en la filosofía de Immanuel Kant (1724 – 1804), para quien todo ser humano es un fin en sí mismo, lo cual implica que el ser humano posee una dignidad, un valor intrínseco absoluto, por lo cual fuerza al respeto de sí mismo a todas las demás criaturas razonables y le permite medirse con toda criatura de su especie y estimarse en pie de igualdad. (Cf. I. Kant, Metafísica de las costumbres).
Kant recalca que la dignidad le viene al ser humano como consecuencia de su autonomía, es decir por la capacidad que sólo el hombre tiene de darse sus propias leyes y de cumplirlas sin que nadie lo obligue, sino porque él mismo descubre su necesidad, en otras palabras, piensa el filósofo, la dignidad le viene al hombre como resultado de su racionalidad.
Los seres humanos, según Kant, son los únicos seres en el universo conocido, que son capaces de darse unas leyes y de vivir según ellas. El ser humano es un ser capaz de ponerse metas y de cumplirlas, no es un esclavo de sus instintos.
En esto se fundamenta la autonomía moral del ser humano, en obrar libremente, es decir, responsablemente, con plena conciencia de lo que hace, con capacidad para responder por las consecuencias de sus acciones.
Muy contrario de la persona heterónoma que obra sólo porque otros la obligan puesto que no obedece a sus propias leyes sino a las leyes de otros.
Para J.J. Rousseau (1712 – 1778), de quien Kant se inspira, lo que diferencia al hombre de los animales no es el entendimiento, como defendían muchos de sus contemporáneos, sino la posibilidad de actuar libremente.
De acuerdo con este principio, en el Emilio o de la Educación, Rousseau expresa que el primero de todos los bienes es la libertad, el hombre verdaderamente libre solo quiere lo que puede y hace lo que quiere.
El hombre debe ser educado para la libertad, educación que exige que se eduque también en el respeto a las leyes, porque es gracias a las leyes que los hombres podemos exigir justicia y libertad.
Formad hombres si queréis mandar a hombres, decía Rousseau, y añadía: haced leyes que puedan ser amadas, leyes donde para cumplirlas baste pensar que lo dicho por ellas debe hacerse si queremos ser libres.
La dignidad humana para los dos autores citados se expresa en la autonomía de la razón para poder ser libres. Si el hombre no es autónomo no puede ser libre y si le quitamos su libertad pisoteamos su dignidad.
Nota: Para saber más leer: “Autonomía y dignidad: dos grandes desafíos para la educación ética de la humanidad”, según Kant. En: Epistemología, universidad, ética y valores. B. I. P. M. UIS., 2003.
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