Autor: Teobaldo Coronado Hurtado
Al llegar a los 7 años se consideraba, en mi época de niño, que uno alcanzaba el uso de la razón; requisito indispensable para iniciar la etapa escolar y también la primera comunión.
Esto del uso de razón era un estadio existencial de franco origen religioso. Según la doctrina católica en este momento el niño tiene capacidad para distinguir el bien del mal; de tal forma que al disponer de esta competencia se convierte en pecador si practica acciones malas que solo pueden ser reivindicadas o perdonadas por Dios mediante el sacramento de la confesión, condición sine que non, para recibir la sagrada comunión y quedar purificado así de la considerada conducta pecaminosa.
No existían en aquellos tiempos jardines escolares, pre kínder, ni kínder; se ingresaba al colegio, de una, al curso primero. Antes, en la casa o en alguna escuelita casera cercana, durante un periodo breve, entre 3 y 6 meses, el muchachito era preparado, sobretodo, en lectura: cartilla Alegría de Leer; escritura: cuadernos Titán y las tablas, así se denominaba, pequeño cuadernillo donde se aprendían las cuatro operaciones aritméticas básicas: sumar, restar, multiplicar y dividir
Mi primera maestra fue la señora Eusebia Laguna. La recuerdo como una mujer bajetona, morena, ya mayor, entre 50 y 60 años, de trato agreste y exigente con la cual aprendías a las buenas o a la brava, preclara exponente del anticuado principio pedagógico de: “la letra con sangre entra”; que hacia efectivo con una gruesa y ancha penca de cuero que sádicamente advertía como carne asá a la hora de golpeársela a uno sobre la palma de la mano, ante cualquier infracción disciplinaria o equivocación al leer o escribir.
Mujer devota, su colegio quedaba a la vuelta de mi casa; santuario, además, que rendía tributo a San Martin de Loba, para el pueblo raso; San Martin de Tours según el santoral católico. En su celebración el 11 de noviembre la “seño Eusebia” armaba tremendo fiestón. Fueron 6 meses que estuve bajo su férula draconiana tanto así que al iniciar el ciclo elemental ya sabía leer y escribir, sumar y restar.
En la Escuela No 11 para varones, localizada en el barrio Nueva Granada de Barranquilla, cumplí el ciclo de la primaria. En la sesión solemne de clausura del primer año me concedieron diploma de honor por excelente aprovechamiento y recité asustadizo, con voz temblorosa la poesía “Patria” de Miguel Antonio Caro:
Patria
¡Patria! te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanta lengua mortal decir no pudo.
No te pido el amparo de tu escudo,
sino la dulce sombra de tu manto:
quiero en tu seno derramar mi llanto,
vivir, morir en ti pobre y desnudo.
Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,
son razones de amar. Otro es el lazo
que nadie, nunca, desatar podría.
Amo yo por instinto tu regazo,
Madre eres tú de la familia mía;
¡Patria! de tus entrañas soy pedazo.
Los domingos, uniformados con pantalón y camisa blanca, rigurosamente planchados, después de ser almidonados con un engrudo a base de harina de yuca casera, corbata negra y zapatos negros bien embolados, asistíamos a la santa misa que oficiaba monseñor Pedro Revollo en la Parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes, barrio Nueva Granada, a las 8 de la mañana.
Desfilábamos a pie desde la escuela hasta la iglesia en un trayecto de 3 o 4 arenosas cuadras. Fundador de la parroquia, el padre Pedro Antonio Revollo Castillo, de padres cartageneros, nació en la villa de San Juan de Ciénega, Estado soberano del Magdalena.
Fundador del colegio de Santa Teresa y vicerrector del célebre Colegio Pinillos, ambos en Mompós, donde fue cura por 18 años. Era en aquellos tiempos un cura sobre el cual se tejían diversos comentarios o chismes sobre sus dotes varoniles.
En mi casa pretendían que yo siguiera la carrera sacerdotal por la fuerte influencia de mi tío paterno Fray Pedro María de Sabanalarga, religioso capuchino, perteneciente en ese tiempo a la parroquia del Rosario en donde el superior de esa comunidad capuchina era el sacerdote español Fray Alfredo de Totana.
Este sacerdote además de su actividad religiosa ejercía activo liderazgo cultural en la ciudad en donde encontraba el apoyo del profesor de origen catalán Alberto Assa, fundador y director de la Escuela Superior de Idiomas, actual Instituto Experimental del Atlántico.
Me presentaron mis padres al seminario conciliar una vez terminado el 5º año elemental y en el examen de admisión me rajaron en castellano, materia clave para el aprendizaje del latín, al ponerme a conjugar en pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo el verbo hacer. La enreda que me di fue de la madonna.
Al fracasar mi ingreso al seminario, de la escuela pública No 11, circunvecina a la actual cancha de futbol del Barrio Nueva Granada en donde hice la primaria, pasé entonces al Colegio San Francisco de Asís, en busca siempre de los curas, para realizar mi bachillerato. Mis padres estaban convencidos que los colegios privados dirigidos por religiosos eran mejores que los colegios públicos. Según ellos allí se adquiría mejor formación moral y disciplina.
El colegio había sido fundado en 1954 en la esquina de la carrera 38 con calle 72 del barrio Las Delicias, en una vieja casona que al mismo tiempo era convento y parroquia de la comunidad franciscana. Exactamente en donde queda hoy Almacenes Éxito.
Siendo su primer rector fray Francisco Tobón Arbeláez . El lugar era tranquilo, fresco, esa parte se estimaba la más alta de Barranquilla y con el Prado y Boston constituían sectores residenciales de la ciudad. En la otra esquina diagonal al colegio había un castillo rojo con blanco donde la gente decía que habitaban espantosas brujas; en todo el frente por el lado de la 38 estaba la hermosa mansión de la familia Pichón, la misma del famoso médico patólogo Pedro Pichón Armella.
Por la mañana entrábamos a clase a las 7, previa formación en el patio, himno del colegio, informes e izada de la bandera en fechas especiales, a cargo de alumnos que ocupaban los primeros puestos. De clase salíamos a las 11 y 30 para regresar por la tarde a las 2:30 y terminar a las 4.
Eran cuatro viajes a pie que me mandaba todos los días desde mi casa en el barrio San Felipe; calle 64 con carrera 25C, hasta el “tanque de las delicias” como se señalaba toda esa zona aledaña al Colegio. Los mediodías eran casi siempre de un sol inclemente, pero el relajo y pateando cuanto chécheres tropezaba amortiguaban lo rudo de la caminata.
En los meses de octubre, otoño americano, iba de esquina en esquina pendiente de la radio para saber sobre los partidos de la serie final en las grandes ligas que transmitía Eloy “Buck” Cannel, locutor de origen argentino, dueño de una voz inconfundible, no ha habido otra igual, con el estilo peculiar de sus narraciones.
Cuando el juego estaba en lo mejor hizo celebre la frase con la que todavía lo recuerdan colegas y amigos suyos como Mike Schmulson“No se vayan que esto se pone bueno”. Desde 1936 trasmitió todos los Clásicos de Otoño hasta 1977, acompañado entre otros por: Felo Ramírez (Cuba); Pancho Pepe Cróquer y Musiú de la Cavalerie (Venezuela)
En tiempos que los únicos y escasos jugadores latinos que participaban en la competencia pertenecían a la liga nacional, mi equipo favorito eran los Dodgers de Brooklyn, luego en 1957 se pasaron a los Ángeles. Siendo Jackie Robinson el primer afroamericano del roster de los Dodgers que en 1947 jugó en las ligas mayores.
Fueron campeones en 1955, 1959, 1963, 1965 con peloteros, entre los que recuerdo a: Don Drysdale, Jhony Podres, Duke Snider, Sandy Amoros, Roy Campanella, Sandy Koufax, Pee Wee Reese.
Cuando uno está pelao como que no pone mucha atención al inclemente sol caribeño. Y lo mismo da jugar un partido de bola trapo a las 12 del día que a las 5 de la tarde. En la parte sur del Colegio teníamos la cancha de futbol que nos congregaba en horas de recreo o por las tardes, una vez terminadas las clases.
Siempre fui futbolista informal de bola e' trapo, alguna vez traté de ingresar a un equipo de la liga de San Isidro sin éxito alguno. Estando en la universidad si alcance a formar parte de “Los Galenos” onceno constituido por estudiantes de la facultad de medicina entre los que recuerdo a: Max Pena, Octavio Cervantes, Freddy Mora, Leopoldo Lopera, Andrés Agamez, Luis Toledo, Gonzalo Carrillo, Armando García y Julio Pizarro, inscrito en la liga de futbol de Bolívar. Las prácticas las realizábamos en la cancha de la base naval, en Bocagrande, y los partidos en la gramilla del Pedro de Heredia.
Me gradué el 22 de noviembre de 1961 formando parte de la primera promoción de bachilleres del Colegio San Francisco de Asís de Barranquilla.