Autor: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Juan Clímaco Jiménez fue el primer odontólogo graduado que llegó a Tuluá. Nacido en Caloto, como su hermano Simón, el médico, pudo graduarse en París antecito de que se iniciara la primera guerra mundial. Viajando en el tren que iba de Cali a Cartago conoció y se enamoró de la hija de la dueña del mítico Hotel Tuluá, situado en el Parque principal de mi pueblo.
Por amor montó su consultorio en la tierra de su amada y aunque competía con sapiencia francesa contra los dentistas teguas de la época, no pudo librarse de los lenguaraces tulueños que existen desde mucho antes de que Poncho, Asprilla o yo ejerciéramos como tales.
Esos dentistas lenguones inventaron que los pacientes no iban donde el doctor Jiménez Bonilla porque era tan feo que les causaba más pánico verlo que someterse a la fresa de pedal que había traído de París.
Pero fue un padre ejemplar y en su hogar nació una mujer muy particular, Ilia, quien acaba de morir en Cali. La conocí de cerca porque fue la esposa de mi tío Chalo Gardeazábal y aunque nunca intimé con ella, la admiré en demasía porque tuvo la valentía de saber administrar a ese tío loco que manejó avión sin brevet de piloto, carro sin pase, siempre vistió de blanco como si fuera un marinero, y llenó de estanques de camarones a Tumaco y Guayaquil.
Me impresionaba que en cualquier momento de su vida, pobre o rica, Ilia Jiménez siempre estaba perfectamente arreglada. Con simpleza pero con dignidad. Con elegancia pero sin petulancia.Tal vez por ello resistió las idas y las vueltas de su marido como el ancla sostiene al buque en la tempestad y levantó un hogar donde afortunadamente solo tuvo hijas mujeres que la honraron hasta el último minuto.
Me cuentan que al morir, nonagenaria y lúcida, estaba vestida tan elegantemente como cuando la vi por primera vez.