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Más Tec, Más Labia, Menos Leng

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Jairo Enrique Valderrama - Escritor, Catedrático Universitario - Bogotá, Colombia

 

Autor: Jairo Enrique Valderrama

En el Diccionario de la Real Academia se incluyen más de 85 mil palabras; cerca de 8.500 son verbos. Como cada uno, más o menos, se conjuga en cinco tiempos en el modo indicativo y tres en el subjuntivo, con seis pronombres distintos, habrá aproximadamente 425 mil maneras de escribirlos, si se cuentan los participios y gerundios.

Acerca de los sustantivos, cada uno tiene plural (no todos), femenino (no todos), diminutivo, aumentativo o superlativo, entre otras modificaciones; hay niño, niña, niños, niñas, niñito, niñita, etc. Un caso semejante presentan los adjetivos: rojo, roja, rojos, rojas, rojito, rojita, rojizo, rojísimo, rojísima, rojillo, rojilla.

Aparecen vocablos curiosos, grotescos, simpáticos, confusos, feos, bonitos, largos, cortos, trillados y extraños. La misma sociedad se encarga de empobrecer o enriquecer ese recurso comunicativo, por su puesto con la influencia de los medios masivos; quizás, por eso se habla tan mal.Calcular el número de palabras de nuestra lengua resulta una tarea inexacta, porque el idioma es dinámico, está vivo. Millones de personas (unas 500) en infinidad de lugares, usan palabras del español; cada país, región, ciudad, pueblo, barrio, colegio, oficina, universidad acude a términos ocasionales, a modismos, extranjerismos, distorsiones, fusiones de toda clase.

Aparecen vocablos curiosos, grotescos, simpáticos, confusos, feos, bonitos, largos, cortos, trillados y extraños. La misma sociedad se encarga de empobrecer o enriquecer ese recurso comunicativo, por su puesto con la influencia de los medios masivos; quizás, por eso se habla tan mal.

Sin embargo, frente a esa avalancha descomunal de palabras (sobrepasará el millón), la indigencia o el disfraz de términos son bastante frecuentes. Hace cinco años, se calculaba que un bachiller promedio en Colombia manejaba cerca de 1.200 palabras; hoy, cada egresado de un colegio usa aproximadamente 800 palabras, si se suman “porfis”, “Pao”, “Transmi”, “Lauris”, “ranchar”, “súper”, “parce”, “parche”, “boleta”, “paila”, etc.

Ante la pobre oferta social de las palabras, las ideas y el pensamiento generalizados se replican con esta. La miseria del léxico aumenta con la carente disposición para la lectura habitual y selecta, porque leer es quizás uno de los más probados recursos para ampliar la reflexión y el discurso.

Tanto retrocede la lengua viva, que al formular una pregunta como “¿qué te pareció la película?”, sorprenden respuestas muy propias del hombre primitivo:

— “¿Esa película?, pues ¡Guau!”.

— “Pero, ¿te gustaron las escenas, el mensaje?”

— “O sea… ¡uuufff!”.

— “¿Qué tal las actuaciones? 

— Pues… ¡Guau!”.

Surgen gemidos, quejidos, gruñidos, carraspeos, gimoteos, como si apenas empezáramos a construir una lengua en medio de una tribu prehistórica. Y uno no sabe si el interlocutor quiere hablar o ladrar. Si la palabra retrocede, el pensamiento también. A pesar de ello, hay personas que califican estos cambios de “desarrollo”, de “progreso”.

En ambientes ligeramente distintos, quedan las repeticiones instintivas de vocablos, las muletillas de ropaje retocado, el deseo de impresionar más que de comunicar. Entonces, aparece el trillado adjetivo “importante”, el comodín de una baraja: sirve para todo, aunque jamás defina nada.

Al calificar una circunstancia o a una persona de “importante”, se sugiere que hay circunstancias o personas que no lo son. Este “importante” siempre será subjetivo.

Nadie conoce todas las palabras del español. No obstante, si alguien acude a ellas (para eso están), favorecería mucho, al menos, verificar sus significados precisos, su escritura y su uso. Si el léxico de un hablante apenas bordea las cien palabras, pues que aplique esa cantidad de la manera más adecuada posible. Hablar bien ayuda más que hablar mucho.

Algunos conferencistas se inventaron “referenciar” como sinónimo de “identificar”; existe el sustantivo “referencia” con el significado de “relato”, “modelo” o “recomendación”, nada más.

Pagar” no es grosería, pero prefieren el ambiguo “cancelar”, dizque porque es más chic: se imaginan si los ciudadanos “cancelaran” los servicios públicos: viviríamos a oscuras, sin agua potable, internet o comunicación telefónica. Es mejor pagar por ellos.

Se ha extendido mucho la expresión “como tal” con la intención de reafirmar algo, como si lo expuesto antes no fuera exacto. Aclaremos: si una cosa es “como tal”, pues es esa cosa y no otra (acuérdense del principio de no contradicción de Platón: Libro IV de La República).

Si es otra cosa, no es la cosa misma. Si es apariencia, pues parece, pero no es. Algo no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Lo que es, es “como tal”; si no, no es. Punto.

La ridiculez y la jactancia se unen cuando se quiere impresionar a un público. Acerca de la palabra “estupefacta”, el profesor William Ángel Salazar Pulido recordaba las declaraciones de una señora testigo de un asalto. Frente a las cámaras, ella dijo:

— “Cuando vi al ladrón con un revólver, yo quedé putrefacta”.

 

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