Autor: José Antonio Nieto Ibáñez
Para muchos lectores de CORREveDILE.com, don Eusebio de la Hoz resultará un personaje desconocido. Sin embargo, era uno de los más prominentes en aquella Barranquilla de mediados y finales del siglo XIX.
En primer lugar, fue un eminente médico que se hizo muy querido por todos; además, un hombre llano en su trato y amigo de sus amigos. Dicen que, ya un poco viejo, tenía por costumbre sentarse a dormir la siesta en la puerta de una casa ubicada a un costado del Teatro Cisneros, recinto que quedaba sobre la carrera Progreso (antiguamente conocida como Callejón de San Nicolás; es la 41 de hoy), sobre la acera Sur, entre las calles de San Juan y de San Blas.
Manifiestan que ese espacio, construido en 1914 por el General Diego A. de Castro y así bautizado para homenajear a su amigo, el ingeniero cubano, Francisco Javier Cisneros, creador del Muelle de Puerto Colombia; poseía por taquilla la cabeza de un león con la boca amenazantemente abierta.
Y era por allí, precisamente, por donde los potenciales espectadores, debían introducir la mano para pagar la correspondiente boleta al cobrador que estaba cómodamente sentado, al otro lado. En todo caso, era una situación bastante graciosa el que Barranquilla poseyera un teatro de alcurnia con aquella tan sui géneris taquilla.
Pues bien, es muy conocida la anécdota de un borrachito que, en medio de su descomunal estado de beodez, confundió el hocico del león de la casilla del Cisneros, e introdujo su sucia mano en boca del eminente galeno quien, en efecto, en ese momento roncaba como el verdadero “León de la Metro”.
Los detalles de lo que ocurrió después es algo que no hemos podido averiguar; pero sí sabemos que este suceso entró, por la puerta grande, a formar parte del anecdotario barranquillero y fue motivo, durante muchos años, de comentarios y risas de los parranderos de toda laya y calaña, en aquella ya lejana época.
Pero, es que la ciudad era tan pequeña, que los más nimios sucesos eran conocidos en un santiamén. Sin embargo, y a este respecto, debemos aclarar que aunque la anécdota pueda ser cierta, sería un error muy grande pensar que pudiera tratarse de él, pues ya había muerto, el 15 de agosto de 1902 cuando había alcanzado los 69 años, mientras que el Teatro Cisneros sólo fue fundado en abril de 1914. Así que podemos imaginarnos que lo ocurrido fue en la persona de su primogénito, el doctor Eugenio de la Hoz quien, seguramente, heredó la costumbre siestera de su padre.
Existe otro cuento que los involucra a los dos, es decir, padre e hijo. Narran que don Eusebio atendía semanalmente a un paciente que tenía problemas en un oído. Él lo esperaba un día a la semana (no sabemos cuál) para hacerle una curación en su afectado órgano. Mas he ahí que, en una ocasión, el paciente acudió a la consulta y se encontró con que su médico de cabecera estaba ausente.
Sin embargo, su hijo Eugenio, quien para la época ya ejercía las necesarias prácticas previas a su graduación como galeno, se atrevió a preguntarle al señor si acaso quería ser atendido por él, ya que de esta manera, no habría venido en vano a la consulta de su señor padre, propuesta a la que el paciente accedió contento, pues cada vez se agravaba su otitis. El joven médico le auscultó con una lamparilla y, en un par de segundos, dio por concluida su operación.
El enfermo le miró con cara de aliviado y se atrevió a preguntarle:
— “¿Qué ha visto usted, doctor?” y el joven Eugenio de la Hoz le mostró, haciendo un gesto de orgullo profesional, una enorme garrapata que acababa de extraerle:
— ¡No tiene usted nada en su oído! ¡Sólo era unagarrapata!- le expresó bastante eufórico, mientras le mostraba al asqueroso bicho atrapado en una pinza.
El enfermo se levantó de su asiento donde era atendido y al despedirse, de puro agradecido, le besó las manos. Cuando su padre regresó y le contó orgulloso lo sucedido, don Eusebio le regañó de manera poco acostumbrada. ¿Por qué sería? Dejemos que el lector de estas crónicas, saque sus propias conclusiones.
El doctor Eusebio de La Hoz era, como ya expresamos, un médico que había obtenido su título de galeno en la ciudad de París. Fue miembro activo y dirigente de la masonería en Barranquilla y el promotor de la construcción del Cementerio “Universal”. Así se lo expresaba él mismo cuando decía a sus colegas francmasones:
(...) La obra de que quiero ocuparme es la construcción de un cementerio amplio, suficiente, de exclusiva propiedad de esta corporación correctamente iniciada y que para sus trabajos desde hoy nos preparemos para formar una Institución de Beneficencia y que nuestra corporación sea conocida con el nombre de SOCIEDAD HERMANOS DE LA CARIDAD.”
Pero, esto de ser un masón y miembro activo de la Logia El Siglo XIX Nº 24, recién fundada por el Supremo Consejo Neogranadino, fue quizás lo que motivó al reverendo padre Pedro María Revollo a tildarlo de tegua; a no reconocerle como médico debidamente graduado, pues, me atrevo a sospechar que, el famoso padre Revollo le tomó cierta manía por su pertenencia a una organización que, para la época, era muy mal vista por la población, mayoritariamente católica.
A pesar de todo, Revollo en su libro “Mis Memorias” le reconoce cierta preeminencia dentro de aquella bucólica sociedad barranquillera y nos ilustra acerca del tertuliadero que el nombrado doctor tenía en su farmacia, ubicada sobre la calle Real con esquina de Policarpa Salavarrieta (calle 33 con carrera 42D). Hoy se conserva parte del edificio, pero está ocupado por un rústico salón para jugar billar.
Y hablando de ello y a manera de corroboración, vale la pena citar lo que escribía Revollo en sus conocidísimas “Mis Memorias” refiriéndose a Venancio García y al tertuliadero arriba mencionado, durante un viaje que hiciera con él como capitán del vapor “Lo Enrique”, perteneciente a la compañía de navegación “Pérez Rosa”, hacía comienzos del año 1906.
Decía así:
“(…) Salimos de Barranquilla el 15 de febrero, mal mes para la navegación por la sequía del río, lo que nos hizo demorar quince días en el viaje hasta La Dorada. Era capitán don Venancio García, cubano, casado y radicado en esta ciudad, persona de muy buen humor, agradable, uno de los tertulios de la botica de don Eusebio de la Hoz.
“Vale la pena recordar esta tertulia que teníamos por los años anteriores a la guerra, o sea en los últimos del siglo; en la puerta de la botica de don Eusebio, sita en la esquina de la calle Real con callejón de Policarpa (antes de don Eusebio), solíamos reunirnos varios caballeros notables en las primeras horas de la noche. Eran los doctores Eugenio de la Hoz, hijo de don Eusebio, Oscar Noguera, Julio Vengoechea, Augusto Samper, Guillermo Donado, Rodolfo Iguarán, capitanes Juan Glen, Venancio García y Eladio Noguera, y el que esto escribe.
Cuando el vecino reloj de San Nicolás daba las ocho y en seguida doblaban las campanas con el toque de ánimas, el viejo don Eusebio, con toda su cachaza y marrullería, nos advertía: “señores, el toque de ánimas”, no tanto para decirnos que rezáramos por las benditas del purgatorio, sino para avisarnos que suspendiéramos la tertulia, porque era hora de cerrar la botica.
Si demorábamos en levantar la sesión conjunta, nos decía: “niños, ya doblaron las campanas”, y si aún por picardía de Julio Vengoechea postergábamos la suspensión de la misma, repetía: “niños, ya son las ocho”, y si esto no bastaba, comenzaba a cerrar las puertas. De allí nos íbamos unos a sus casas, otros al camellón o al Club y el suscrito a su vecina casa cural…”
Para 1885, año en que produce una nueva guerra civil en nuestro territorio, don Eusebio tenía 52 años de edad; pues, según datos que nosotros conocemos de su Juicio de Sucesión, había nacido en esta ciudad de Barranquilla, el 14 de agosto de 1833. Era hijo de don Tomás de la Hoz y doña María Paula Pérez. De manera que, su nombre completo era: Eusebio de la Hoz Pérez.
Es sabido que para el período histórico que nos ocupa, las familias eran muy numerosas y don Eusebio, en ese sentido, no podía ser la excepción. Se matrimonió con doña Josefa María Hernández el día 1 de noviembre de 1866 y tuvo con ella, desde la fecha, el no despreciable número de 13 hijos, entre varones y hembras, algunos de ellos desaparecidos a temprana edad. El primogénito, Eugenio, fue, lo mismo que su padre, médico de profesión. Los demás no los hemos de nombrar para no aburrir al lector, con tantos detalles.
Don Eusebio era además, un hombre adinerado, ya que tuvo varias propiedades en Barranquilla y aún fuera de ella. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, fue uno de los más ricos en la ciudad; que sus haciendas podían muy bien emular con la de otros potentados de aquel momento, sus coetáneos: Esteban Márquez; William Ladd; David López Penha Junior; el cubano Luis G Pochet; y otros, largos de nombrar.
La Ficción
Una tarde de mayo, luego de regresar de un tormentoso viaje, debido a una avería sufrida por su barco “Bolívar” a la altura del puerto de Bodega Central, el capitán García, después de acicalarse con bastante esmero, salió de su casa situada en la acera occidental de la calle Santander y cerca del callejón de La Aduana y se fue directo para la farmacia de su amigo, el doctor don Eusebio de la Hoz.
Le halló ocupado, haciendo el inventario de los muebles que le había vendido su amigo, el comerciante samario, don Esteban Márquez, mobiliarios que precisamente iban a renovar los existentes en su farmacia.
El capitán, viéndole tan atareado hizo ademán como de querer retirase, pero don Eusebio a pesar de ser un hombre de mediana estatura y poco corpulento, le tomó del brazo, y con amabilidad, le obligó a sentarse en un rincón del amplio aposento, expresándole a la vez:
.- ¿Sabía usted que este mostrador y los utensilios de esta farmacia se los acabo de comprar a don Esteban Márquez?
.- No, no lo sabía- le contestó bajito el capitán García.
.- ¡Pues así como lo oye! Es que, definitivamente, don Esteban es un gran comerciante. ¡Está metido en todo tipo de negocios!
.- ¡Eso lo sabemos todos! ¿Acaso no recuerda que él fue encargado por la Administración para construir el Mercado Público? Por cierto, esta bella plaza fue inaugurada el 10 de septiembre del pasado año 85.
.- ¡Claro! ¿Cómo no lo iba a conocer? Acuérdese que su construcción se debió a un acuerdo entre él y nuestro común compañero, José Félix Fuenmayor. ¡No lo olvide!
.- ¿Y qué me dice de su Banco?- le preguntó el capitán García; pero sólo con la intención de darle cuerda a don Eusebio, pues le conocía como buen conversador.
.- ¡El Banco Márquez! Ese está ubicado más adelante, sobre esta misma calle Real, pero con el callejón de San Nicolás.
.- ¡Me lo dice en un tono como si yo lo desconociera! Mire, doctor, es verdad que me la paso viajando, como tiene que ser, pues para algo soy capitán de barco; pero ello no es óbice para que esté al tanto de todo lo que acontece en nuestra queridísima Barranquilla. Y para que vea, que sí lo sé, el Banco Márquez tiene ya tres años de fundado, pues, como usted bien debe saber, al igual que yo, él lo constituyó en enero de 1883, acompañado por sus hijos, como socios.
.- ¡Perdón! ¡Se ve que en realidad está usted al corriente de todo, mi estimado capitán!
Don Eusebio se ocupó de terminar la lista de nuevos utensilios de trabajo y acto seguido invitó a su amigo, a sentarse en la puerta de la farmacia para iniciar una tertulia, pero el capitán le propuso que lo dejaran para el día siguiente, ya que era sábado. Además, deseaba que el diálogo fuera sólo entre ellos dos, cosa con la cual don Eusebio se mostró de acuerdo.
Así que, una vez realizada la despedida, el capitán se dirigió al nuevo Mercado Público al objeto de obtener las viandas necesarias para elaborar su infaltable sancocho de fin de semana; pero, al llegar a la Plaza Ujueta, era tanta la canícula que se permitió ingerir dos o tres botellas de cerveza “Gallo Giro” que era su marca predilecta y después de refrescarse, continuó con su compra.
El capitán, pese a llevar un uniforme blanco hasta los mismos zapatos, lucía impecable, sin la más mínima mancha en sus ropas, cosa muy rara en aquella polvorienta, ciudad. Iba muy distraído, con los ojos puestos sobre los rústicos mostradores donde expendían desde la yuca, el ñame, la batata, la misma que para él seguía siendo el boniato cubano; las papas y otros elementos alimenticios necesarios en la preparación de la sopa acompañante del sabroso sancocho de carne de vaca y arroz, cuando sintió que alguien le tocaba su hombro derecho.
Al voltearse a ver, se encontró con la mirada alegre de su amigo y coterráneo Pochet, quien había dejado su expendio de hielo ubicado al otro lado de la acera, para venir a saludar a su importante compatriota. Luis G Pochet, quien era un poco más bajo que el capitán, hizo un esfuerzo de estiramiento para darle un efusivo abrazo, apretón que el capitán correspondió con el mismo entusiasmo.
.- ¡Hola!- le gritó. ¡Qué gusto me da verte! ¿Qué haces por aquí y con ese uniforme?
.- ¡Pues ya me ves…! ¡Comprando mis alimentos para el sancocho de esta tarde!
.- ¡No me lo puedo creer! ¿Comprándolos tú mismo? ¿Y dónde está la empleada de servicio? ¿No te parece ridículo que todo un capitán como tú dedique parte de su valioso tiempo a estos quehaceres?
.- Lo que pasa, mi estimado Lucho, es que he tenido un altercado con mi mujer y desde hace días no me habla; se hace la desentendida; la sorda… En fin…que no quiere saber nada de mí y mucho menos de mis platos preferidos. Además, ha ordenado a la criada que no vaya al Mercado.
.- Pero… ¿Qué significa esto? ¡Debe haber sido muy gorda tu falta! Yo conozco a tu mujer, Gilma Raquel y, seguro estoy, sería incapaz de atormentarte de esta manera.
.- Mira, amigo Luis. La verdad es que, por mi mal genio, he metido las patas de manera harto profunda….
Pochet, presintiendo que era algo importante lo que debía oír, le invitó para que se sentaran en su negocio y de esa manera seguir la conversación, pero el capitán hizo un gesto de fastidio; de no estar dispuesto a entrar en muchos detalles.
Sin embargo, se trasladó con él a su establecimiento, al otro lado de la acera. Detrás del mostrador, un muchacho bastante rústico se hallaba ocupado despachando trozos enormes de hielo a una sucesión de sirvientas que esperaban impacientes ser servidas con el vital elemento, en medio de una sofocación casi irresistible, pues ya el reloj de la catedral de San Nicolás había señalado que eran las once, con un repicar de campanas, como queriendo anunciar que el calor, a partir de ese momento, no habría de dar respiro a ningún ser viviente.
El capitán entró al local y se sentó a la sombra de la pajiza oficinita desde donde Luis dirigía su negocio de venta de hielo y expresó:
.- ¡Caramba, amigo Luis, parece que es muy próspero tu negocio, a juzgar por esa enorme fila de mujeres esperando para ser despachadas!
.- La verdad es que no puedo quejarme. Me está yendo muy bien; pero no sólo por esta venta diaria, sino porque tengo el privilegio o monopolio de despacho del hielo con la Municipalidad…
.- ¿Cómo así? ¿Quieres explicármelo?- le preguntó lleno de curiosidad el capitán.
Luis entonces se sentó frente a él detrás de su enorme escritorio de gerente y se dispuso a revelárselo en detalles:
.- Mira, mi estimado capi. Tú sabes bien que este negocio lo heredé del americanito ése, de apellido Ladd…
.- ¡William Ladd!- reafirmó el capitán. ¡Es una bella persona!
.- ¡Sí, no lo niego! Pero parece que se aburrió de vender hielo y quiso dedicarse a otra cosa.
.- Según he escuchado, a la construcción de inmuebles; pero lo que te diga no tiene ninguna base; sólo son rumores. Ahora, si no estoy equivocado, él traía el hielo de los Estados Unidos. ¿No es verdad?
.- ¡Lo importaba de Boston, su tierra natal! Pero bueno, se hastió. Así que yo me quedé con el negocio…
.- ¿Continuaste importando hielo?
.- ¡No, por supuesto que no! Lo empecé a fabricar yo mismo. Y para ello compré una máquina muy especial. ¿Y sabes quién me la vendió?
.- No.
.- ¡Don Esteban Márquez!
.- ¡No joda!- gritó el capitán. ¡A ése no se le escapa ningún negocio! ¡Es una fiera indomable con relación a esto!
.- ¡Espera, espera! La negociación no fue directamente con él, sino a través de don David López Pehna, el judío. ¿Le conoces?
.- ¡Cómo no habría de conocerle, si era el director de la Compañía Internacional para la Navegación a Vapor por Río Magdalena! La misma para la cual yo trabajaba como capitán de varios vapores y en la cual tenía inclusive una acción de 300 pesos oro. ¡Qué pregunta la tuya, caramba!
.- ¡Está bien, está bien! ¡No es para que te enojes! López Penha era entonces el director o gerente de la Compañía “Sucesores de J. J. Senior” y con ellos hice un pacto de retroventa de una máquina de fabricar hielos y accesorios, por la cantidad de 3.500 pesos oro.
.- ¿Pero, de quién era esa máquina?
.- ¡De don Esteban!
.-Entonces, quiere decir que el negocio fue con él. J.J Sucesores lo que hizo fue prestarte la plata para comprarla. ¿No es así?
.- ¡Así es! ¡Tienes la razón!
.- ¿Y cuánto te costó? ¿Quiénes eran sus fabricantes?
.- ¡4.000 dólares! Eso sí, es una maquina americana de óptima y moderna fabricación.
.- ¿Pero, quiénes eran? ¿No puedes decirme el nombre?
.- ¡Te lo puedo escribir, pero no pronunciarlo!
Luis tomó un papel que estaba sobre su escritorio y escribió: AMERICAN MANUFACTURES EXPORTED ASSOCIATION., y se lo mostró al capitán. Acto seguido expresó:
.- Es una fábrica que tiene su sede en Nueva York y su gerente general es el señor Norbert B. Kotes. ¿Satisfecho?
.- Bueno, en todo caso, parece que te va muy bien- reafirmó el capitán.
.- No puedo quejarme, ya que tengo el privilegio de la venta en la ciudad.
.- ¿Privilegio? ¡Querrás decir el monopolio!
.- Así es. En otras palabras, soy la única persona autorizada por la Alcaldía para fabricarlo y comerciarlo.
.- ¡Qué suerte tienes, amigo Luis! ¡No en balde eres cubano, igual que yo!
.- ¡Soy cubano de pura cepa, nacido en Santiago de Cuba! Aunque, en verdad no siento mucha nostalgia por la isla.
.- ¡Pues yo sí! Tengo planes de regresarme muy pronto- le expresó un poco emocionado el capitán García.
.- ¿Pero…y la guerra?
.- ¿Cuál guerra?
.- ¡La que inició Carlos Manuel de Céspedes en 1868!
.- ¡Caramba, amigo Luis, bien se nota que estás!…”en la luna de Valencia”. ¿No sabes que la guerra esa terminó en el 78?
.- La verdad es que no lo sabía, pues leo poco los periódicos.
.- ¿Ni siquiera “El Promotor”?
.- ¡No! Sólo de vez en cuando “The Shipping List”.
. - ¿The Shipping List? ¿Y eres tú quien dice que no sabes leer en inglés?
.- ¡No muy bien, pero lo suficiente para saber qué barcos entran y salen de nuestro país!
.- Bueno- le expresó el capitán haciendo un gesto de resignación- “de todas maneras, la guerra terminó en el 1878 cuando se firmó el famoso Pacto de Zanjón”.
.- ¡Muy bien!- le espetó don Luis. Ahora, dime qué fue lo que te pasó. Por qué está Gilma Raquel enojada contigo.
.- ¡No es nada!
.- ¡Nada! ¿Cómo así nada?
.- Bueno, la verdad es que en un momento de rabia tiré del mantel de la mesa del comedor y rompí toda la linda vajilla que le había regalado.
.- ¡No entiendo!
.- Mira Luis, voy a explicarte lo siguiente. Tú sabes que a mí me gusta muchísimo el sancocho…
.- ¡El famoso plato típico costeño!¿Y?
.- Resulta que tengo por costumbre, antes de entrar con mi barco a la Intendencia Fluvial, de emitir unos pitazos en clave que son: 3 seguidos, una pausa de 2 minutos y de nuevo otros tres pitazos, dos normales y uno largo. Esto, al objeto que mi mujer sepa de antemano de mi llegada y ordene la preparación del plato referido.
Pues resulta que una de las últimas veces, luego de emitir las claves, llegué a mi casa y encontré el sancocho debidamente preparado y como traía mucho apetito, me metí una cucharada grande de sopa en la boca y me quemé… ¡me quemé los labios!
Mi mujer, al parecer, no tuvo tiempo de advertirme que la sopa estaba caliente. Así, ¡exploté de ira! Y lo único que atiné, para calmarla, fue dar un tirón al mantel, con las consecuencias que ya te conté: hice añicos su vajilla nueva la que nunca sacaba a relucir y que si lo había hecho en ese momento, fue para celebrar nuestro séptimo aniversario de boda…
.- ¡La cagaste, Venancio! ¡Reconócelo!... ¡La cagaste!
.- ¡Lo sé, Luis, lo sé!
.- Bueno, ahora tienes que tratar de ganártela de cuento; llevarle un presente, por ejemplo. Procurar regalarle flores cada vez que puedas. Ya verás que todo se arreglará entre ustedes.
El capitán se levantó de su asiento y le dijo:
.- ¡Ya esta bien! ¡Tienes razón, pero debo marcharme! ¡Ah…, pero antes, termina de contarme lo de tu privilegio con la venta de hielo!
El capitán volvió a tomar asiento y esperó la respuesta de su amigo.
.- La verdad es que es una bendición tener ese privilegio, pero también tengo mis obligaciones. ¿De veras quieres saberlas?
.- ¡Por supuesto! ¡Te escucho!
Entonces Luis Pochet metió su mano derecha en la gaveta central de su escritorio y extrajo una hoja de papel sellado y se dispuso a leer, pero antes le preguntó:
.- ¿Estás dispuesto a escucharme con paciencia?
.- ¡Naturalmente!-le contestó y se acomodó en su asiento, dirigiendo su mirada hacia el techo pajizo de la pequeña oficina.
Si mayores dilaciones, Luis Pochet leyó cuáles eran sus obligaciones ante el Municipio:
“(…)1. A tener permanentemente hielo de venta”
“2. A venderlo a siete y medio (0.07-1/2) centavos el medio kilogramo, de día y de noche a las ventas por menor”.
“3. A hacer una rebaja proporcional a las ventas de más de 25 kilogramos. Para estas ventas se fija como precio minimun del medio kilogramo, tres centavos.
“4. A dar gratuitamente todo el hielo que en el Hospital de Caridad se necesite en los casos en que su uso sea prescrito por los médicos de ese establecimiento”. Esta concesión es extensiva para iguales casos á cualquier otro Hospital ó establecimiento de beneficencia y caridad que se funde en el Distrito durante la vigencia del privilegio”.
“5. Igualmente dará gratis el concesionario hasta 12 y medio kilogramos diarios de hielo al Colegio de San José”.
“6. En caso de epidemia que haga necesario el empleo del hielo que necesiten, según indicación escrita de un facultativo”.
“7. A pagar al Tesoro del Distrito, vencido el 2do año del privilegio, las siguientes anualidades”: 50 pesos al 3er año; 75 pesos en el 4to año; 100 pesos en el 5to; 150 pesos en el 6to año; 200 pesos en el 7mo año; 300 pesos en cada uno de los últimos 5 años”. El privilegio caducará si se deja de producir hielo durante 30 días consecutivos (sin excusa válida)...
.- ¿Qué te parece?
.- ¡No está mal!- le expresó don Venancio. En mi opinión es de fácil observancia. Espero que lo cumplas. Ya verás como te mantienen ese privilegio.
.- ¡Es sólo por doce años!
.- ¿Y te parece poco? En ese lapso te volverás muy rico; podrás invertir en otros rubros…
.- ¡En minería, me gusta la minería!- le dijo entusiasmado…
Al día siguiente, antes de las diez de la mañana, el capitán García se presentó a la farmacia de don Eusebio. Venía dispuesto a establecer una sabrosa tertulia con el connotado galeno.
Se sentaron los tertuliantes en el espacio que hacía las veces de sala de la farmacia, dejando, eso sí, la puerta abierta de para en par, pues el calor era mucho. Además, de esta manera don Eusebio podría ver a sus dos hijas que vivían al frente, es decir, en la acera occidental de la calle Real y mirando un poco diagonalmente hacia la carrera o callejón de Policarpa.
El capitán, después de encontrase cómodamente sentado en una mecedora hecha de madera y pajitas en el espaldar y en el fondo, a la vez que comenzaba a mecerse con moderación, le espetó a don Eusebio:
.- Pero, no puede usted quejarse de la vida.
.- ¿Por qué, mi querido capitán?
.- Es usted un hombre rico…
.- ¿Y cómo lo sabe usted?
.- Es fácil adivinarlo, pues además de esta farmacia, donde estamos tertuliando, tiene usted además esas dos casas, al otro lado de la acera.
.- ¡Son de mis hijas! Las del frente son de Concepción y de Adelina. Las otras que están construidas sobre la carrera del Banco, de Carlota y Pabla Bienvenida. Tengo además, la nuestra, la que habito con mi esposa y mi hijo mayor y, finalmente esta farmacia de la cual saco mi sustento.
.- Pero, tengo entendido que existen otras casas. ¿No es verdad?
.- Así es, mi querido capitán. La otra queda en la calle del Camposanto con el callejón del Alba. Allá tengo por vecino a don Juan de la Cruz Llamas, por el lado Norte.
.- ¿Pero en cuál acera queda?
.-En la Oriental. Y como le decía, en toda la esquina del callejón del Alba o carrera de Stuard, por el Norte, vive mi amigo Juan de la Cruz Llamas.
.- ¡Ése debe ser un familiar de Demóstenes Llamas!
.- ¡Por supuesto que sí! Entonces, al Sur, reside mi otro buen amigo, Alejandro Noguera y hay otra casa que es de Joaquín Núñez. Y por todo el frente de esa casa, la cual la tengo alquilada, vive nadie menos que doña Josefina P. de Mier. ¡En la acera Occidental!
El capitán se le quedó observando con detenimiento y después de unos segundos en que parecía que ni siquiera respiraba, le volvió a insistir:
.- ¿No tiene usted ninguna otra? Y Don Eusebio con toda su cachaza le contestó:
.- Pero bueno… ¿Es esto un interrogatorio?
.- ¡Claro que no! ¡Es simple curiosidad de mi parte!
.- Bueno, tengo 4 viviendas más sobre la calle de Las Flores, muy cerca del camposanto. Y en cuanto a mis propiedades rurales, tengo dos potreros. Uno se llama “El Gas”, el cual queda en el camino de los Hobos y el otro entre los caminos de Sabanilla y Camino Nuevo. Tengo además, la posesión de “La isla del Sapo”, en el río Magdalena, cerca de Sitio Nuevo, que tiene alrededor de 82 hectáreas. Además, una media acción en la isla de Carabaño.
.- ¡Estupendo! ¡Ya se está pareciendo usted a don Esteban Márquez!
.- ¡Nada de eso! Pero, dígame de usted algo. ¿Qué propiedades tiene?
El capitán se paró un momento y dio algunos pasos alrededor de su contertuliano y le dijo:
.- ¡Sólo poseo una casa, sobre la calle Santander! Se la compré a un buen señor de nombre, José de los Santos Camargo, hace un par de años y por la no poca cantidad de 240 pesos; pero la estoy vendiendo. Por ahí estoy ofreciéndola al señor José Agustín Glen, pero le parece que se la vendo muy cara.
.- ¿Cuánto pide usted por ella?
.- ¡480 pesos!
.- O sea que pide usted el doble.
.- ¡Pues sí! Pero, recuerde la inflación que estamos sufriendo a raíz de esta pasada guerra. Además, tengo planeado regresar a Cuba para principios de los 90, pues deseo que mis hijos nazcan allá.
.- ¿Se marcha usted para La Habana?
.- ¡Nada de eso! Voy a regresar a Manzanillo, lugar donde nací, pero mi verdadera intención es establecerme en la sureña ciudad de Cienfuegos. Además, tengo varios negocios en la isla y hasta un título nobiliario heredado de mis antepasados. ¿Sabía usted que soy El Marqués de la Vega?
.- No, no lo sabía. De todas maneras… ¡Lo echaremos de menos! Pero, yo tenía entendido que usted es viudo.
.- ¡Lo fui! Verá usted, don Eusebio. Yo estuve casado dos veces. La primera mujer me dio 3 hijas. Ella era cubana, pero vivía aquí en Barranquilla y su apellido era Izaguirre.
Luego que enviudé, regresé a Cuba y allá me uní a mi cuñada, más que todo para que me ayudara a criar a las niñas. Volví a enviudar y entonces dejé a las nenas con sus abuelos y me vine para Colombia, con un contrato para la construcción del ferrocarril del Magdalena, pues, además de capitán de barcos, soy ingeniero constructor, graduado en Houston, Texas.
.- ¡Caramba! ¡Qué interesante! ¡No sabía que fuera usted ingeniero!
.- Bueno, allá en Santa Marta, por medio de un amigo, conocí a la mujer con quien estoy casado en la actualidad. Ese amigo, cuyo nombre me reservo, viéndome tan afligido por la muerte de mi segunda esposa, me dijo que habría de presentarme a una muy importante familia que tenía 10 hijas; que yo podría escoger una de ellas. Así que me decidí por la que me pareció más bella y además, la más joven: Gilma Raquel Senior…
.- ¡Ajá, pero ésa es una buena familia! ¿No es verdad?
.- ¡Sí, claro! Como le dije, es una de las 10 hijas que tuvo el matrimonio de Don David H. Señor y Matilde Arana.
.- ¿Ese señor es familia de don David J. Senior?
.- Son parientes. Es la misma familia. Son de origen judío. David H. Senior, el papá de mi mujer, es nacido en Curaçao. Es hijo de Abraham Senior y Doña Raquel Calvo. Todos ellos son de religión israelita. Ya usted debe saber que los Senior vinieron a través de Curaçao.
.- ¿Y cómo se llama la mamá de su esposa?
.- Ya se lo dije: Matilde Arana. Ella es nacida en Santa Marta.
.- ¿Judía también?
.- No. Ella pertenece a la religión protestante. Su padre era el señor Camilo Arana y la madre: Carmen Torregrosa.
.- ¿Se casaron en Santa Marta?
.- No. Nosotros nos casamos en Barranquilla, ya que sus padres se habían mudado para acá.
.- ¿Y lo del ferrocarril?
.- Lo dejé. Preferí venirme para esta progresiva ciudad y trabajar como capitán de barco.
.- ¿Y qué hacía usted en Cuba?
.- Allá fui primer oficial en la marina mercante; aunque después adquirí el título de capitán. Todo ese avance rápido en mi carrera tuvo que ver con el hecho de mis estudios de ingeniería en Houston, Texas.
.- ¿Y cuándo se casaron? Quiero decir, en qué fecha.
.- ¡Don Eusebio! ¡Parece que el chisme le entretiene! ¿No es cierto?
.- ¡Curiosidad! ¡Pura curiosidad, mí querido capitán!
.- Le diré que fue el 21 de agosto de 1878. Nos casamos en la Notaría Primera… Precisamente hace unos días celebramos el séptimo aniversario de bodas.
.- ¿Y no tienen hijos?
.- No, porque como ya le expresé, tengo planes concretos de regresar a Cuba a partir del año 90, no sólo con el objeto de arreglar algunos negocios en la isla, sino para radicarme en Cienfuegos y que mis futuros hijos nazcan allí. Pienso tener unos diez, por lo menos…
Don Eusebio se le quedó mirando con curiosidad y fastidio a la vez, pues la conversación no había tocado temas de actualidad. De manera que le propuso continuar al día siguiente, después que él volviera de la misa de 10 de la mañana; pero ni siquiera se atrevió a invitarle a asistir juntos al culto, pues sabía que no le aceptaría.
Finalmente, se despidieron con un apretón de manos y el capitán se dirigió casi corriendo a su casa para degustar de su infaltable sancocho del fin de semana. A fin de cuentas, las cosas entre él y su mujer, se habían arreglado para bien, ya que él, esta vez sí, pensaba mantener la promesa de suavizar un poco su carácter explosivo; de ahora en adelante, sería un marido cariñoso y ejemplar en todos los aspectos de la vida…