Autor: Augusto Gómez Serrano
Hace más de un cuarto de millón de años, el Homo erectus fabricaba hachas de sílex en África, Asia y Europa. Se trataba todavía de una herramienta sin mango, tallada cuidadosamente hasta formar un tosco triángulo que pudiera asirse con facilidad. Tenía filos cortantes y punta afilada.
Al igual que los cantos toscamente labrados a los que sustituyó, era una herramienta de múltiples usos, que servía para desollar animales, cortar carne, raspare pieles, cortar madera y cavar. No cabe duda que también se utilizaba como arma.
Hace 35.000 años las cabezas de hachas se adaptaron a un mango, gracias al cual el hombre pudo asestar golpes mucho más potentes. Cuando el hombre se hizo agricultor, hace unos 9.000 años, el hacha encontró su uso más importante en la tala de bosques para abrir terrenos a la agricultura.
Veamos ahora lo que nos dicen antropólogos, historiadores y sociólogos sobre este adelanto tecnológico que favoreció a la humanidad:
Una hacha es una herramienta con un filo metálico que está fijado de forma segura a un mango, generalmente de madera, cuya finalidad es el corte mediante golpes. El uso típico para las hachas es cortar leña y talar árboles, pero en el pasado se usaron como armas para la caza y guerra, especialmente por los vikingos, normandos, amerindios, ingleses, franceses, etc., que se emplearon como hacha de armas y hacha de guerra desde el Neolítico, o las hachas arrojadizas (francisca, tomahawk).
El origen del hacha debe situarse en la prehistoria. Las piedras de sílice talladas en forma amigdaloide, y las de diorita o basalto pulidas en uno o dos extremos, y a veces con una muesca en medio, se sujetaban con fuertes ligaduras a un palo, formando con él ángulo recto, y servían como arma ofensiva en las luchas entre los hombres o contra los animales salvajes. Son muy notables las hachas martillo de Dinamarca, con un orificio en el centro.
En la Edad del Bronce se fabricaban de este metal o de cobre hachas semejantes a las neolíticas, vaciándolas en moldes de piedra. Las hachas de cobre se ataban igualmente a un palo, mediante ranuras y un asa, o se unía en él por medio de una especie de tubo que actuaba como mango.
Tanto los persas como los egipcios utilizaron hachas de bronce o de hierro como armas de combate, ya que se han hallado algunas en tumbas faraónicas y otras aparecen representadas en pinturas. Asimismo, también las utilizaron los pueblos prehelenos, como muestran los hallazgos hechos en las excavaciones de Troya.
Los griegos apenas se sirvieron de ellas. Los romanos las utilizaron mucho para cortarle los miembros a las tropas auxiliares y como distintivo de los lictores, quienes llevaban el hacha de doble filo dentro de sus fasces.
Fue también arma de los germanos y los francos, y en la Edad Media estuvo muy en boga en los ejércitos europeos, guardando mucho parecido con la herramienta del mismo nombre.
Pero desde fines del siglo XIV tomó la forma doble de lanza y hacha, confundiéndose luego con la alabarda. Hacia mediados o finales del siglo XVII dejó de ser un arma popular de combate en Europa, salvo en la marina de guerra, con la llamada hacha de abordaje.
Los bomberos usan hachas para abrirse paso a través de puertas y ventanas en los incendios. También se usan en deportes como el aizkolari, el corte de troncos, y el lanzamiento de hacha.
Los desastres de la guerra, «Lo mismo». Francisco de Goya refleja en su obra gráfica la brutalidad y barbarie a que se llegó en la Guerra de la Independencia Española.