Quantcast
Channel: CORREveDILE.com
Viewing all articles
Browse latest Browse all 2356

Me montaba en la chiva, a las diez y treinta de la noche...

$
0
0

José Joaquín Rincón Chaves - Periodista, Abogado y actor de radio - Bogotá, Colombia

 

Autor: José Joaquín Rincón Cháves

El muchacho, que no pasaba de los diecisiete años, no había podido competir en los juegos intercolegiales que en cada julio se celebraban en la ciudad. Muy a pesar de que en el San Francisco se le veía en cuanto equipo de basquetbol, futbol o beisbol se armaba, en esta ocasión y en razón de la leve cojera que le acompañaba desde niño por causa de la polio, no había calificado para ninguna de estas disciplinas deportivas, como solía decir Armando Cabrera Muñoz- Arkamuz- Jefe de la Redacción Deportiva de El Heraldo. Sin embargo, y para no sentirse marginado de los juegos y de sus amigos, resolvió hacer parte de las justas convirtiéndose en cronista deportivo.

La idea no le había surgido por generación espontánea. Había sido de las organizadoras de las olimpiadas colegiales Carmelita Guerrero y Carmen Caparroso. No soportaban que aquel joven visitante de las instalaciones del Centro Popular de Cultura Física del Once de Noviembre, se viera aislado de algo que le era vital: la práctica de cualquier deporte, no obstante su impedimento.

Portada de El Heraldo cuando se informó de la muerte de KennedyComo manera de vincular a otros juveniles reporteros, se decidió otorgar un cupo a cada colegio. Una especie de círculo colegial de cronistas deportivos. Como de algo debía servir ser el mimado de las organizadoras, al joven le fue asignado el cubrimiento de los juegos a través de “el diario líder de la Costa“ nada más ni nada menos que: El Heraldo de Barranquilla.

Para la época, 1963, ejercía como Jefe de Redacción, don Juan Goenaga Pérez y muy cerca de él, la inolvidable Morgana - Olguita Emiliani Heilbron. Fueron los puntales de ingreso al periodismo de aquel muchacho atrevido y osado, que de alguna manera debía pagar la novatada de sentarse en alguna de las sillas que ocupara años atrás un tal Gabriel García Márquez.

Con ese gancho, le dieron asilo en un viejo escritorio arrumado en un rincón y una máquina tan antigua como las columnas de La Jirafa. A veces, José pensaba que hasta José Arcadio Buendía, antes de dedicarse a hacer filigranas con pescaditos de oro, tuvo tiempo para necear las teclas de la vieja Olivetti que le asignaron.

A pesar de los esfuerzos por sacar en limpio las noticias de los juegos, al final, el jefe de armada del periódico, prefería tomar los apuntes que el pichón de reportero le pasaba en letra de imprenta y con la paciencia de Job, iba organizando las página que terminarían en la rotativa del diario.

Era como un milagro, ver el funcionamiento de la Goss, y el paso de los grandes rollos de papel, para que las noticias de toda índole estuvieran siendo voceadas todas las madrugadas por las calles de la gran ciudad.

Aquel muchacho fue uno de los pocos casos, como decía don Víctor Moré, otro de sus maestros, en que un aprendiz de brujo, no se iniciaba por la crónica judicial. Había días de júbilo en los cuales, se le publicaba a ocho columnas los logros y records del Colegio San Francisco, del Alemán, del Codeba y tantos otros planteles educativos de la Arenosa, y otros en los cuales a duras penas se daba cuenta de las victorias del Biffi o del Americano.

En algunas ocasiones, antes del regreso a casa, le encomendaban los de la redacción, pero en especial esa incansable fumadora que era Olguita, la compra de algunas cajetillas de Pielroja en la esquina de la calle del Comercio con Progreso.

Casa Lacorazza en viejos tiempos de BarranquillaHasta allí llegaba sin aprehensiones pues eran otros tiempos de paz en Barranquilla. Era un ventorrillo en donde despachaban tinto y en donde recalaban los dueños de la noche de la Plaza de San Nicolás, aún sin la invasión de tenderetes y peligros que después la coparon.

En esa esquina, en la acera de la Casa Lacorazza, siempre a las diez y treinta de la noche, abordaba la última chiva de Delicias-Olaya que subiendo por 20 de Julio, le dejaba al frente del Teatro San Jorge en la Calle 68 del Barrio Boston para caminar sin tropiezos, pensando en la última gesta de sus amigos y en el titular de El Heraldo al día siguiente.

Pero lo que más importaba, era el nombre del cronista en letras de molde. Esa, era la mejor paga en esos tiempos.

 

Tags: 


Viewing all articles
Browse latest Browse all 2356

Trending Articles