Autor: Jaime Lustgarten
Lo malo en la ciudad de Barranquilla es que los políticos que mandan son los mayores contratistas del país; esto es una gran verdad. Alimentan sus carreras y hacen proselitismo con los mismos recursos del Estado, es también cierto.
Y la burocracia les sirve para que se perpetúen en el poder. Para mí es claro que hay personas serviles a la administración, y casi todas son una especie de parásitos que viven pegados a los presupuestos públicos.
Por ahí dicen que el perro no muerde la mano del que le da de comer, a menos que tenga rabia. La rabia en nuestro medio es algo normal en gente pobre o rica cuando la están acosando, atropellando, y son victimas de políticas impopulares y equivocadas.
La gente se queja cuando no puede pagar las exorbitantes facturas del predial o de servicios públicos, cuando les venden una ciudad dizque moderna que no les ofrece tranquilidad ni seguridad, sino es privatizada.
Los seguidores de estas políticas neoliberales y excluyentes son amigos de la privatización del Estado, de las concesiones, y mejor cuando son de ellos mismos. Acá marginan al pobre, a la clase media y se reparten entre ellos los contratos, alejando a muchos técnicos, tecnólogos y profesionales de oportunidades de trabajo.
Su eslogan favorito es “todo para mí”. Pero no les sirven bien, ni siquiera a los mismos ricos que buscan una sociedad equitativa y justa que les permita disfrutar también en paz todos sus éxitos y logros.
Este país está hecho a la medida de estos señoritos, madurados a punta de periódico, herederos de una especie de seudo democracia feudal, pero lejos de los sueños anhelados de la mayoría. Ahora después de malversarse una suma incontable de dinero, los Nule regresan al país para colaborar con la justicia y ser seguramente beneficiados con penas irrisorias.
Ciertamente no es la Colombia que queremos, si no la que necesitamos cambiar.