Autora: Carmen Rosa Pinilla Díaz
ANTECEDENTES DE LA FUNDACIÓN DE ZAPATOCA
A finales del siglo XVII, Zapatoca extendía sus dominios por toda la inmensa región de Santander; en ese entonces limitaba por el occidente con el río Suárez (Saravita, según los Guanes), desde la desembocadura de la quebrada Lubitoca, hasta el Chicamocha; por el norte, aguas abajo hasta llegar al río Magdalena; por el oriente, estaban sus tierras enmarcadas por el curso del río; y por el sur, en línea limítrofe con la quebrada Lubitoca, siguiendo la misma dirección hasta llegar al río Magdalena.
Todas las tierras que limitaban con Zapatoca eran parcialmente vírgenes y habían sentido solamente la pisada de los feroces Yariguíes, los Opones y los Carares; por estos lados habitaban los Guanes, familia muy distinguida –según las crónicas de los conquistadores, ya que vestían de manera muy diferente con las demás etnias; además, según los mismos historiadores, su idiosincrasia, con el resto de la población indígena que encontraron los conquistadores, entrañablemente era muy distinta: unos blancos, otros con cabellos monos, otros con ojos claros, aspecto bonachón, muy diferente de sus vecinos, los temidos Yariguíes.
De modo que, con mucho honor y con orgullo patrio, atestiguamos que nuestra sangre tiene mucho de indigenista, mezclada con sangre europea; algunos dirán: no soy zapatoca, soy chucureño, barramejo, betuliano, de Galán, en fin: pues mis queridos amigos, mírese por donde se mire, los primeros habitantes de Santander, de toda Colombia, de una o de otra manera, fueron los indígenas; de modo que todos los colombianos, somos descendientes de los primeros seres humanos que Dios puso en estas tierras: los indígenas, mezclados son sangre de españoles, de alemanes, de franceses.
Hablaremos entonces de la influencia española en Zapatoca: Mario Acevedo Díaz, escribió así en la revista Estudio:
“Zapatoca fue fundada por colonos españoles o descendientes de estos, que emigraron de la Península en los siglos XVII y XVIII, gentes de las más sanas costumbre, hidaldos campesinos que vieron en aquel pedazo de tierra una prolongación de la Meseta de Castilla, exquisito marco para exaltar las virtudes y continuar la vida al servicio de su Dios y de su Rey.
Cuando comenzaron a esterilizarse las tierras del pueblo de Guane, sus antiguos moradores resolvieron buscar un sitio más propicio para sus actividades y determinaron trasladarse a cultivar otras tierras, idea que surgió en la mente del cura Francisco Basilio deBenavides y en la de José Serrano y Solano, rico propietario de todas las tierras que se extendían al oriente de Zapatoca, que él llamó Santa Rosa, llegando a su predios el 30 de agosto de 1739, día de la fiesta de esta Santa, razón por la cual se le puso este nombre oficializándola con la bendición del cura Basilio, dando él la primera Misa de que se tenga noticia.
Junto con José Serrano y Solano había llegado una fuerte corriente emigratoria procedente de Girón, de la cual formaban parte Cristóbal de Rueda y Sarmiento y Antonio de Rueda Ortiz; con Ignacio dela Pinilla, de la casa señorial de este apellido en España, muy amigo del fraile dominico Froilán Sánchez, quien era el director espiritual del Rey Carlos II, apodado el Hechizado; este Pinilla, por un problema de la Corte fue desterrado por la Inquisición, dándole a escoger una de las ciudades de Cuzco o de Girón, escogiendo esta última; de allí vino a fundar a Zapatoca, en compañía de su hijo Ignacio de la Pinilla y González, y Josémaría de Valenzuela, quien venía también desterrado de la Península.
Con estos personajes vinieron igualmente muchas familias que se sumaron a la expedición a estas tierras ignoradas hasta entonces. Reflexionando sobre este punto nos damos cuenta que cuando se decidió darle vida al caserío que se estaba formando con todas las gentes que habían emigrado buscando mejores lares, prácticamente Zapatoca ya existía, faltaba la aprobación legal por el Virreinato de la Nueva Granada y la formación como Parroquia, bajo la bendición apostólica del entonces Arzobispo de Santa Fe, Diego Fermín deVergara.
La muestra de esto la tenemos en la misma circunstancia de que el curaBenavides venía con frecuencia más o menos largas a visitar a su feligresía desde remotas tierras, ya que inicialmente dependía del Curato de Guane y Curití, parroquia de la que era jefe el Sr. Benavides, quien llegó a Guane el 21 de mayo de 1731, como bien lo registró él mismo en el Libro 5° de Bautismos, folio 195.
La parroquia de Guane era muy extensa; sus límites no solamente se perdían en la maraña de la cumbre de la Cordillera de Yariguies, sino que se extendían hasta tocar las aguas del Chicamocha, en muchas leguas de su recorrido, pasando por el pueblo de Curití.
Tres meses después de posesionarse como Párroco, Benavides corrió a visitar a su feligresía de Zapatoca; entonces, ¿se dan cuenta que Zapatoca ya existía? ¿Se imaginan los amables lectores cómo sería, en ese entonces, venir desde Guane, pasando por Galán, La Fuente hasta encontrar estas tierras?
Los que saben dónde queda Guane bien pueden mirar hacia atrás y calcular el recorrido; nos parece contemplar al intrépido sacerdote, que con uno de sus hermanos que lo acompañaban y con el arriero de la bestia que llevaba la carga de petacas de cuero crudo, con todos los menesteres para su estadía en Zapatoca, descender a caballo y muy de mañana hacia el río Saravita; aquí quitaban a las bestias sus monturas y la carga, atravesaban el rio por la “cabuya” y hacían pasar las cabalgaduras por el agua, cuando era posible; cuando las aguas crecidas e impetuosas del rio no lo permitían, devolvían las bestias para Guane y en la orilla izquierda del Saravita (o Suárez), tomaban los burros traídos desde Zapatoca, para continuar el empinado ascenso hasta el “Alto de la Esperanza”.
En referencia al nombre del rio Saravita, permítanos hacer un paréntesis: En 1537, cuando Gonzalo Jiménez de Quesada invadió el territorio de los Chibchas, en la marcha desde Chipatá para Moniquirá, tuvieron que atravesar las rápidas aguas del rio Saravita; el caballo del capitán Gonzalo Suárez cayó a la corriente y el jinete estuvo a punto de morir ahogado; de aquí provino que fuera cambiado el nombre de Saravita por Suárez, que nos empeñamos en conservar, quitándole el significativo nombre indígena.
Volviendo atrás queremos dar una idea de cómo se atravesaba el Rio Saravita por el recuerdo bávaro de las “cabuyas”.
“El pasajero toma el gancho que mejor le acomode, trepa por el morón hasta alcanzar el cable, lo engancha con el garabato, cuyas puntas ligan con el arco de la cuerda, mete las piernas en dos de los arcos largos y los brazos en los otros dos, de manera que queda colgado del cable, a modo de araña, con la cabeza para la orilla fronteriza del río; se encaja bien el sombrero, suelta las manos, y allá va como cohete impulsado por el viento oscilando sobre el abismo de rocas, batidas por el turbulento rio.
Pero el impulso inicial se acaba pasada la mitad del cable, y entonces comienza una serie de maniobras grotescas, palabras de grueso calibre, con movimientos fuertes de piernas y brazos para subir al morón alto, lo que realizan brevemente los veteranos, pero sudando gruesas gotas los reclutas y novicios…; supuestas las cosas en el mejor estado posible, resulta gran pérdida de tiempo en el paso de las cabuyas, puesto que en cada viaje de ida y regreso se gastan 10 minutos, no llevando más de una carga, y las bestias tienen que pasar a nado, guiadas por nadadores, con evidente peligro de perecer cuando el rio va caudaloso, pues son arrastradas a lo lejos y malheridas por los golpes que reciben contra los peñascos”.
Esta narración se vuelve espeluznante cuando recordamos que los ríos, hace 300 años, eran muy caudalosos, de modo que la persona que fuera montada en semejante cabalgadura debía ir con el credo en los labios, pensando a qué hora se reventaban esos lazos y pum… para abajo, y no precisamente a un baño en el rio; en esta forma le tocaba al pobre cura Benavides, cada vez que deseaba visitar a Zapatoca, antes de su fundación oficial.
Tan pronto como llegaba el Cura de Guane, a “la tierra de los tunos, de las rocas silvestres y de las llanuras verdes”, con tan solo 20° centígrados de temperatura, acudían los buenos zapatocas a saludar a su Cura y solicitarle sus servicios eclesiásticos; el clima fresco de esta región y la acogida bondadosa de sus vecinos, hacían muy llevaderos la distancia y lo fragoso del camino y con frecuencias relativas visitaba estos lejos, pero atractivos parajes.
Precisamente, por lo lejano y lo difícil que se hacia el que los zapatocas gozaran de los servicios espirituales con más asiduidad, los vecinos de Zapatoca y el mismo Cura Benavides, vieron la necesidad urgente de lograr que el Arzobispo de Santa Fe erigiera, al menos una Vice-parroquia en este sitio; con tal fin, comisionaron a Antonio de Rueda y a Melchorde la Prada, para ir a presentar personalmente al ilustre Prelado la correspondiente petición y fueron muy afortunados porque después de un largo viaje lograron regresar con el preciado documento que sellaba la fundación del primer templo religioso que habría de constituirse en el punto final de la fundación de Zapatoca; este documento venía firmado por el Arzobispo, Diego Fermín de Vergara, maestro de la Sagrada Teología y delegado de su Majestad para el Arzobispado de Santa Fe, nombrando a Benavides como primer párroco de esta feligresía, documento firmado el 05 de diciembre de 1742, diez (10 ) meses antes de la fundación oficial.
Inicialmente se había pensado en fundar a Zapatoca en el “Llano de los Gallos”, llamado así porque en ese lugar se reunían los vecinos, en alegre paseo el día de San Pedro, para apostar el primero que, galopando en briosos corceles, fuera el afortunado (?) en degollar un gallo suspendido en una cuerda que se levantaba al pasar los veloces jinetes, (costumbre bárbara que afortunadamente, hoy en día no se practica).
Se cree que José Serrano ySolano, quien era el dueño de esta extensión de terreno lo había ofrecido para la fundación, pero se vio que no era apropiado para el ambicioso proyecto de fundar una gran ciudad porque carecía de agua suficiente; se pensó entonces en el sitio de “Las Flores” y se dejó el negocio en manos de Benavides. Éste, en compañía del Alcalde de Guane, Melchor de la Prada, negoció todos los terrenos que compendian la quebrada Lubitoca, hasta el sitio de Chimitá, a Antonio de Rueda por la cantidad de CUARENTA PESOS ($40.), repartiendo los terrenos en la siguiente forma:
Cada manzana se dividió en cuatro partes o solares, distribuidos así: una manzana integra para la Iglesia y la Casa Cural; los solares hacia el norte fueron adjudicados a 36 familias; de la manzana oriental, parte para edificar la cárcel y el resto se dividió en cinco solares, para igual número de familias; al costado sur, fue adjudicada por solares a 14 familias; siguiendo por la carrera se hicieron 32 solares para igual número de familias; partiendo de la esquina de la acera oriental de la plaza, fue adjudicada a 33 familias; de modo que, en resumen, inicialmente fueron 124 familias los inmigrantes, casi todos legítimos y auténticos peninsulares, castellanos los unos, gallegos los otros, como igual vascos, que abandonando la legendaria ciudad de Girón, se establecieron en este hermoso lugar, en el que sus férreos brazos pudieron derribar los viejos árboles coloniales, testigos mudos de la conquista, para ser reemplazados por las sementeras que habían de surgir al impulso del arado generoso.
Los zapatocas no fueron inferiores a los anhelos de Benavides: en poco menos de 90 días levantaron el primer templo pajizo y la casa para la residencia del Cura; Benavides había viajado nuevamente a Guane para hacer la entrega de la parroquia y regresar a Zapatoca, para iniciar su nueva obra pastoral.
El 10 de octubre de 1743 bendice la primera iglesia e inaugura la Vice-parroquia. Esta iglesia, según el inventario hecho por el cura fundador, el 12 de marzo de 1746, era de “estantillo y bareque, cubierta de paja”.
BIBLIOGRAFÍA
“Zapatoca”, del Pbro. Isaías Ardila Díaz;
“La Sal de la Historia” del Sr. Pedro A. Gómez Naranjo;
“La Otra Raya del Tigre”, del Sr. Pedro Gómez Valderrama y
“Peregrinación de Alpha” de Manuel Ancízar.