Autora: Claudia Isabel Serrano Otero
La Carranga, la musical y bailadorcita que nace un día de 1979 en Radio Furatena de Chiquinquirá; cantando historias de Coscojinas, Cucharitas de Hueso, Guitarras Punteras, tocando rumbitas y merengues, al son de un tiple, un requinto, una guitarra, una guacharaca y una riolina; la de por allá de los caminos de Chiquinquirá, por donde nuestros viejos fueron de romería a pedirle a la virgencita que nos protegiera de todo mal...
Tengo un dolor en el alma
Quién me lo podrá quitar?
Pos la Virgen del Rosario
llegando a Chiquinquirá.
Compañero de promesa,
no nos vamos en ayunas:
mientras yo pelo las papas
componga vusté las yucas.
Con “cuatro palitos”, con ruana, sombrero y alpargatas, recreando cantos y cantas populares, invitando al baile y a la vida; Javier Moreno, Jorge Velosa, Ramiro Zambrano y Javier Apraez, conciben un tejido de música y pensamiento, plasmado en 1981 en su primer LP, bajo el singular nombre de “Los Carrangueros de Ráquira”; definición sonora y consecuente con los cantos e historias del altiplano cundiboyacense y santandereano que se dejaban oír por aquellos y otros días, en que ser boyaco, campesino y popular ha sido sinónimo de subalterno.
De los ochentas a hoy, se ha constituido en un género musical que ha sido apropiado por diversas agrupaciones campesinas, urbanas e indígenas, que encuentran en La Carranga un canal para expresar y narrar sus vidas....
La Música Carranguera, ha sido compañera de caminos, escuela de muchos seres andinos, testiga de una historia regional, en la que se imagina la alegría, el amor, la fiesta, el baile, las maticas, la tierra, el campo, la ciudad, el encuentro, los acontecimientos vitales... Vivificadora de una Cultura, entendiéndose por esta, a una forma de ser, a una totalidad del ser humano, “el ambiente y la fuerza unificadora, capaz de canalizar la conciencia, la voluntad, la acción, y el esfuerzo colectivo para mantener la vida”.
Yo tamién soy un boyaco,
por mi jorma de bailar.
Por las coplas que me gustan,
por mi deje pa cantar.
‘Onde oigo rascar un tiple
hay mesmo quisiera tar.
‘Onde hay trabajo me amaño,
y onde no voy a buscar
‘Onde me queren yo quero
y onde no puedo olvidar.
Por estas y quen’se cuantas
miles de otras ocurrencias más,
es que tamién soy boyaco
y que viva Boyacá.
Cuentan los cantares lo que han vivido los de siento en la vereda y los hoy viejos, que partieron jóvenes de su pueblo, con escapulario ‘e la virgen, con sus hijos pequeños, o a empezar un hogar y una nueva vida en una ciudad que ofrecería un mejor porvenir para sus vidas, en ese proceso de cambio de lo tradicional a lo moderno, de una cultura agraria y campesina.
Muchos migrantes andinos partieron en la década de los setenta, otros antes o después por diversas razones sociales, políticas, económicas, o culturales, llevando consigo unos saberes campesinos, una matica ‘e sábila, un legado cultural que forjó su identidad; “Como dijo mi mamita, en hablando de las penas, que a donde vayan los mares, siempre llevan sus arenas. A donde uno va, no solamente lleva el mortecino, el carrango, sino que también lleva lo que ha sido”.
La vida cambió para todos en los últimos treinta años, pero no cambiaron las ilusiones, ni las nostalgias. Cachaco, Tendero, Paisano, Compadre, Comadre, Urbano, Campesino, Amigo...
A Curramba fue a parar
Un boyaco tierra fría,
y a compartir la alegría
Del pueblo barranquillero.
Llegó de Ruana y sombrero
con su compadre José,
y entonces resulta qué
al ver que ni se enmutaba,
todo el mundo le gritaba
boyaquito uepajé...
La Carranga, la que vibra donde hay un ser andino, la que ha visitado los escenarios imaginados y los no imaginados también; la andariega de tienda en tienda, de fiesta en fiesta, de pueblo en pueblo, de país en país; la celestina, la lengua que camina, que vive y deja vivir, la “pregonera de ilusiones, tejendera de palabras, golpeadora de corazones”...
La obra de Jorge Velosa, con más de doscientas canciones, enrumba y le da vida a una tradición cultural que observa la transformación social de los últimos años, a través del canto, la palabra, el arte y la poesía; con amor y con humor en medio de lo bello y lo fatal, y con la voz de los sabios abuelos campesinos.
Su aporte a la cultura andina, plantea que ser carranguero, más allá de hacer música, se trata de una concepción e interpretación del mundo andino; “es decir, es carranguero, quién la baila y la siente”.
La visita a Iguaque, el pagamento a Chiminigagua, con tal que’l oiga una rogativa. La Dioselina, la bailadorcita que le pone el punto a la miel pa’ que quede juerte el guarapo. Las mujeres andinas encarnadas en la Julia Julia, la Rosa Mentirosa, la Jilomena, La China que se fue pa’ la capital.
El camionero boyacense que cuando baja a Capellanía, dentra a echarse una pola y a saludar a la muchacha de la tienda. El amor que tiene sus complicaciones, que uno hasta se puede quedar sin dinero y sin calzones. Pirinolas ahorcadas, reyes pobres, gallinas melliceras, chirimoyilos, guayabulas, maticas de arrayán, el agüita que escasea, veredas que parecen pesebres, compadres chulos, tías sin igual, amigos José, Abuelitas y Pascuales, hombres, mujeres, niños, niñas...
La Carranga imaginó un pensamiento regional y llevó a las personas a pensar en su región, a reconocerse en una determinada cultura, que compartía saberes campesinos, formas de sentir, de soñar, de pervivir. Esta bailadorcita logró que las personas no sintieran vergüenza de identificarse con el ser campesino; un modelo pedagógico para los niños y niñas, objeto legítimo de estudio científico en las ciencias sociales.
La juglar y juguetona que le da voz a un pueblo, cumpliendo en toda su dimensión, la función social de las artes. La abrigadora como una ruana, el género musical con cientos de exponentes en todo el país, la cumpleañera, la que hoy está de treintañera.