Autor: Teobaldo Coronado Hurtado
Un hospital humanizado es amorosa casa de hospedaje para las personas que están en crisis, que sufren, que buscan sanación. Es lugar pletórico de esperanza, agradable, acogedor, en donde además de asistencia médica tecno-científica, se dan respuestas humanas de ayuda para las exigencias afectivas que trae consigo la enfermedad con sus secuelas de angustia y de dolor.
No es sanatorio de encierro al estilo de una cárcel, ni sitio donde hay que renunciar a las cosas que hacen grata la existencia, ni de negaciones a la comunicación y al cariño. Allí no hay extraños, tampoco marginados; no tiene cabida la injusticia, la mentira es despreciada.
La solidaridad es su más sólido empeño y compromiso. La fe, el optimismo se juntan indisolubles como fuerte actitud vivencial. La sonrisa franca y la dulzura se dosifican y se dan como remedio eficaz de todas las horas.
En un hospital humanizado sus distintos estamentos asisten fervorosos a la convocatoria del corazón que los llama a defender con nobleza, con coraje, la fragilidad de los enfermos; en esfuerzo espontaneo y colectivo.
Aquí no tienen cabida burócratas sin oficio, funcionarios insensibles, la apatía de los tecnócratas simplemente calculadores al servicio de las estadísticas que más convienen a los explotadores del negocio de la salud.
En un hospital humanizado sus auténticos protagonistas conforman un equipo interdisciplinario con sensibilidad tal de su misión que en vez de casos interesantes tienen clara conciencia de su inmensa responsabilidad con la salud y la vida de seres humanos, dolientes de carne y hueso, con un nombre, con una dignidad, merecedores, por lo tanto, de la mayor consideración y respeto; gente con inmensos deseos de salir adelante, de volver a ser otra vez útiles.
Este equipo de trabajo por conocer y cumplir sus obligaciones tiene fiel observancia del reglamento del hospital, con una precisión del ámbito de sus funciones dentro de un orden jerárquico establecido.
Integrados, además, en la diaria faena como compañeros, conviven en sincera y cordial amistad participando solidariamente de sus alegrías como también de sus frustraciones en franco reconocimiento de sus cualidades y defectos, conscientes del valor de la misión que a cada uno corresponde.
La armonía, la eficacia de este ejercicio colectivo se refleja en la incuestionable satisfacción de quienes se benefician de su labor: los pacientes. Cuando estos abandonan el hospital no solo comentan agradecidos lo moderno de sus instalaciones, lo sofisticado de sus equipos, la inigualable calidad científico administrativa de la institución, sino, que alaban con creces lo reconfortante, lo de verdad estimulante que fue haber compartido con servidores tan amables, tan dedicados, de la comunidad hospitalaria.
En un hospital humanizado la mediocridad se encuentra arrinconada, la superación es una constante; la consigna es: saber y hacer bien las cosas. La excelencia en el servicio es la meta a alcanzar desde el trabajador más humilde hasta el más encumbrado funcionario de la entidad.
La ansiedad por el conocimeinto reina en todos los círculos. El saber técnico científico corre parejo con la formación personal. Se palpa una dinámica de estudio e investigación. El sentido de pertenencia que reina en el claustro obliga a la actualización, al debate serio, la discusión civilizada, a la autocrítica. La academia inspira la acción sanitaria, la tarea asistencial.
Un hospital humanizado trasciende lo biológico estricto o somático, supera la frialdad de la técnica, no se conforma con la rutina de una medicina estandarizada, formalista, rechaza los dogmatismos científicos, huye de los anatemas filosóficos, ideológicos y religiosos.
Es un mundo en el que tiene cabida lo mágico, si aceptamos que el hombre es misterio indescifrable encarnado en su propia espiritualidad. Halo místico envuelve el ambiente callado de jardines y corredores, pabellones y quirófanos.
En la silenciosa soledad del lecho de enfermo como en la angelical delicadeza de una cuna se cumple, prodigioso, ritual sagrado en que se rinde culto de admiración y respeto a la vida y florece en su más sentida expresión el amor al hombre, el amor a la humanidad.
En este hospital ejemplar, iluminado, carismático, todos sus integrantes sin distingos, olvidaron, dejaron atrás la brutalidad, la aspereza, la furia, la soberbia, la agresividad que los asemejaba a las bestias.
En un pacto sublime de entrega y servicio al prójimo que habita en cada paciente decidieron volver a ser hombres, seres humanos de verdad, es decir: compasivos, generosos, solidarios, caritativos; ser buenas personas en gesta definitivo de hermanos.