Todo son lamentaciones…- que la sociedad corre al abismo, que el mundo está perdido, que el vicio cunde, que el infierno triunfa, que medran los malos, que… que... que…-, y por desgracia hemos de confesar que dicen la verdad de lo que aquí expresan.
Pero muchas veces pensando en el asunto he venido a convencerme de que el mundo está perdido tanto por la maldad de los aliados del demonio, como por la cobardía de los discípulos del Crucificado. No os espantéis: pensad un poquito y veréis que tengo razón… ¡ojalá no la tuviera!
¡La cobardía de los buenos!: ese es el cáncer que corroe a la sociedad del siglo XX (hoy del XXI), porque para lamentarnos y poner el grito en el cielo y censurarnos unos a otros y escandalizarnos de lo que vemos y oímos, todos somos los primeros, todos estamos prontos y diligentes, pero, cuando se trata de obrar… ¡eso ya es harina de otro costal!
¿No lo veis?, los malos no dejan nada por hacer, no hay resorte que no toquen, puerta a que de una u otra manera no llamen, procedimiento que no empleen y actividad que no ejerciten; gastan cuánto dinero es necesario, sacrifican la comodidad y el descanso, se valen de todas las influencias y artimañas para alcanzar el triunfo de sus ideales y ponen al servicio de Satanás su talento, su fortuna, su salud y hasta su vida.
Pero, ¡cuántos obstáculos hallarían en su camino, si la cobardía de los buenos no alentara su atrevimiento acrecentando su cobardía!; porque mientras ellos, velándose en las sombras si les conviene, presentándose descaradamente si no les perjudica, van adelante en sus empresas, nos ofenden, nos ultrajan y nos hacen daño mofándose de todo lo más sagrado, y declarando la guerra sin tregua a Dios y a sus servidores, realizando sus maquiavélicos planes; pero los buenos se contentan con lamentarse y decir a todas horas que vamos corriendo hacia el abismo, que los tiempos son malos, que debiera venir un nuevo diluvio para purificar la tierra.
¡Cuánto mejor harían lamentándose menos y obrando más!; ¡cuánto ganaría la buena causa, cuánto perdería la malicia satánica y de qué manera medrarían los abandonados intereses del Creador, si los buenos, saliendo de su apatía, cada uno en su esfera, disponiendo de los pocos o muchos recursos que encuentran, empleando sus talentos, sus influencias, sus fuerzas, hicieran la guerra al demonio oponiéndose a sus planes, desbaratándolos, arrancando la cizaña y plantando la buena semilla.
Pero, por desdicha no lo hacen; mucho censuran al prójimo, mucho escandalizarse del vicio, mucho trazar planes y decir lo que se necesita, lo que conviene, lo que se debe hacer, pero… ¿prestar ayuda?: ¡eso no!, es tan dulce no hacer nada; se contentan con rezar, hacer novenas, ir a Misa y gritar contra el vicio; pero, ¿ trabajar, moverse, sacrificar la comodidad, los bienes de fortuna, exponerse al peligro?.., de ningún modo… ¡la religión no obliga a tanto!.
El celo y el valor de los buenos apenas llega a otra cosa que a estériles lamentaciones; cuando se les pide espíritu de sacrificio, es como si respondieran en griego. Dicen a todo que no saben, que no pueden, que no tienen tiempo y se quedan en casa muy tranquilos rezando y descansando, cuando el tiempo no puede estar más difícil, cuando la época es de combate.
Debemos recordar aquel adagio castellano, tan cierto como todos, y que nos dice la línea de conducta que debemos seguir: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Y aquí entran todos, los de uno y otro sexo, los grandes y los pequeños, los ricos y los pobres, porque no hay nadie tan inútil que no pueda servir de una u otra forma, exactamente como lo hacen los malos: trabajan todos unidos, unos en una cosa, otros en otra.., todos tiran piedras, todos se esfuerzan porque reine el demonio y ninguno se cree inútil; solo los buenos son unos cobardes y por apáticos quieren engañar a los demás y engañarse a sí mismos, si es posible, asegurando que no valen para nada.
(Periódico “La Cruz”, Zapatoca en 1935; Pbro. Guillermo Gómez Ortiz)