Autores: Álvaro Serrano Duarte - Juan Carlos Rueda Gómez
La lánguida luz de la pequeña lámpara de aceite, encima del mesón del comedor proyecta en las paredes de la estancia las sombras agigantadas de los comensales. De la cocina proviene el chisporroteo incesante de las brasas que arden en el fogón formado por tres piedras, sobre las cuales está firmemente apoyada una olla de barro.
Son aproximadamente las ocho de la noche y la fría brisa penetra ululando por las rendijas de la puerta. Una mezcla aromática de aceite quemado y leña ardiendo invade el comedor; mientras, una voz retumba:
— ...de repente, a los lejos aparece un poderoso corcel negro que galopa nervioso... sobre sus fuertes lomos viene un hombre alto cubriendo su cabeza con un gran sombrero de anchas alas... sus ojos de fuego brillan en la oscuridad... una gruesa capa, negra como la noche, cuelga de sus hombros y ondea tras de sí como las olas de mar...
El movimiento ondulante de la luz del pabilo se detiene, como se corta el aliento de los ocho niños que escuchan de su padre la historia de espantos y fantasmas; en otras ocasiones, son fábulas de Mano Conejo y Mano Tigre. Los relatos regularmente son divididos en capítulos diarios que sus hijos piden sin cesar.
La algarabía de los niños pidiendo a su papá que continúe la narración es suspendida por la voz de una hermosa señora que sale de la cocina con dos humeantes platos de caldo en sus manos.
— Bueno, hijos: llegó la hora más sabrosa. Tómense el caldo y en seguida cada uno de ustedes va a recitar una estrofa del poema "La Flor y La Nube". Quien no sepa la parte que le corresponda, tiene que lavar los platos y limpiar la cocina —sentenció Doña Hermencia, madre de los niños—.
— Como son trece estrofas -terció Don Félix, a quien todos en Betulia apodan "Don Feliz", por su carácter dicharachero y alegre, siendo reconocido por sus dotes de gran bailarín y ejecutante del tiple y la bandola- les toca repartirse el poema así:
De mayor a menor, José María recita tres estrofas; a Lucila, Efrén y Laureano les toca de a dos; Gonzalo, Hilda, Félix José y Gerardo, recitan una cada uno.
El revuelo general de protesta de los niños no se hace esperar, porque consideran que a unos les ha tocado recitar más cantidad, y otros porque les corresponden las estrofas más difíciles.
—¡ Silencio jóvenes!—ordenó Doña Hermencia—. Cuando yo escribí el poema no protesté porque me tocó hacerlo todo. Es más fácil recitarlo y menos necesario protestar por disfrutarlo así que... manos a la obra...
De uno en uno, los muchachos se fueron poniendo de pies según les iba correspondiendo su fragmento:
1°.- José María:
"Sobre una estéril pradera en
diáfano azul del cielo,
cruzaba en rápido vuelo
una nube pasajera.
La vio pasar una flor
que abrasada se moría,
y en su penosa agonía
le dijo así con amor:
"Yo te bendigo! ¡La suerte
es conmigo generosa!
Dios te manda, nube hermosa,
a librarme de la muerte."
2°.- Lucila
"Joven soy, morir no quiero;
en tus bondades confió
una gota de rocío,
¡por piedad! ¡porque me muero!
Pero la nube orgullosa,
insensible volando...
“No puedo —Ojo pasando—,
servir a tan noble rosa.
3°.- Efrén:
-Que si todos los pesares
de las flores mitigara,
pienso que no me bastara
con el agua de los mares"
La flor exhaló un suspiro
y la nube en el momento,
agitada por el viento
siguió su rápido giro.
4°.- Laureano:
Cruzó la selva sombría,
cruzó también la ribera;
pero siempre en donde quiera
la tristeza la seguía.
Sintió al punto una profunda
e indefinible ansiedad;
y por fin tuvo piedad,
de la rosa moribunda.
5°.- Gonzalo:
Y del punto en que se hallaba
con rapidez se volvió.
Y a la pradera llegó
cuando la tarde expiraba
6°.- Hilda:
De la flor sobre la frente
tendió su ligero manto,
y regándola de llanto
suspiraba dulcemente:
¡Despierta, yo soy, despierta!
Yo traigo te traigo la alegría—.
Mas la flor no respondía.
La infeliz estaba muerta.
7°.- Félix José:
Guardad tan triste lección
en el alma desde ahora.
Hijos, mostrad al que llora,
una tierna compasión.
8°.- GERARDO:
Si el pobre a rogaros va,
no lo miréis con desdén...
Porque es muy triste hacer el bien
cuando inútil es, quizá.
Terminada la sesión de poesía todos gritaron, porque todos habían ganado. Pero como a continuación había que rezar el rosario, uno a uno fueron a la cocina a lavar su plato mientras sus padres terminaban de comer.
Luego de rezar las oraciones, todos se armaron de instrumentos musicales según correspondía a su imaginación infantil; por eso, una peinilla cubierta con papel metálico de cigarrillos fungía como trompera produciendo un sonido estridente y agudo; los taburetes se convirtieron en tambores; unos silbaban, otros cantaban y al unísono hacían palmas con sus manitas frías.
Las tapas de las ollas no se salvaron de convertirse en platillos mientras los más pequeños sonaban sus alpargatas contra el piso. Todos trataban de seguir el ritmo que su padre le imprimía al tiple y acompañar la voz melodiosa de su madre.
Al cabo de un rato el estruendo fue disminuyendo a medida que el sueño y el cansancio hacían mella y uno a uno se van retirando a dormir. Había culminado una jornada más. Gerardo Gómez compara hoy esa actividad familiar socio-recreativa-cultural-religiosa como la misma que hace la familia moderna frente a esa inconmovible caja de imágenes y sonidos que es el televisor, paradójicamente, uno de, los electrodomésticos a los que debe su éxito comercial— sólo que ahora no tiene el calor humano ni el poder de comunicación de aquella vivencia infantil.
Ya la familia no canta, le cantan; ya no cuentan cuentos de espantos, le muestran películas de terror... y todos terminan obsesionados con algún nuevo e inútil objeto que hay que comprar "para ser feliz" o simplemente estar a la moda.
También aprendió de su padre que, el miedo y el temor sólo deben experimentar en una historia de fantasmas. Porque en la vida real, éstas sensaciones son simples fantasmas que creamos en nuestra mente; que pueden hacer daño o ser inofensivos en la medida en que les demos importancia.
El miedo no existe en la naturaleza sino cuando nosotros mismos nos negamos la posibilidad de admirar las maravillas creadas por Dios.
Es una conclusión a la que Gerardo llegó a muy temprana edad y que empezó a aplicar desde cuando tenía que recorrer esos precipicios y lomas estériles donde escasamente germina uno que otro arbusto de uña de gato y algunos tercos cujíes que milagrosamente se enraízan entre las piedras.
Su padre se mostró siempre deseoso de que sus hijos estudiaran para que tuvieran un futuro diferente al suyo. Por ser el menor de los ocho hermanos, la difícil situación económica sólo le permitió cursar hasta 5° de Bachillerato en Zapatoca.
Pero su condición de estudiante no le impedía participar en ese esfuerzo por obtener ingresos extras para su propia manutención y la de los suyos.
Para ello, cargaba mercados en una zorra; y diariamente, camino al colegio, le tocaba repartir leche y de regreso recogía las cantinas vacías.
Aprovechaba los domingos para vender el periódico El Campesino, cuyo agente era el Cura Párroco de Zapatoca. Una de las condiciones era que, los ejemplares que no vendiera tenía que pagarlos de su bolsillo.
Allí comenzó a vislumbrar su agudeza como estratega comercial: debido a que compartía su trabajo de voceador con otro niño de su edad y para evitar que aquel le ganara, creó un sistema de distribución con crédito instantáneo, deslizando el periódico por debajo de la puerta de aquellos clientes con más "caché" social y económico, pasando más tarde a cobrarlo.
Conservando el secreto de su práctica mantuvo su liderazgo en las ventas. No conforme con todas estas actividades, desempeñadas eficientemente a pesar de sus escasos doce años de edad, se convierte en acólito.
Esto le representaba una verdadera odisea para cumplir sus deberes en la misa prima de las cuatro de la mañana, porque aquellos fantasmas y duendes de los cuentos de su padre se le aparecían en cada recodo del camino entre su casa y la iglesia.
Cualquier maullido de gato o el más leve aletear de una lechuza le helaban el alma y le ponían el corazón en la boca; no dudaba que eran los personajes de los cuentos de su padre que le perseguían hasta las puertas del templo.
Culminado su quinto de Bachillerato y estando prácticamente solo con sus padres, porque sus hermanos ya habían partido a otras ciudades buscando mejores condiciones de vida, Gerardo decide comentarle a sus padres que también desea ir a explorar otros horizontes.
Ellos aceptan con tristeza su decisión; se define el día de la partida y Gerardo se debate entre el agudo dolor de dejar solos a sus viejos queridos y la ansiedad por adivinar lo que le espera en su vida futura.
Haciendo acopio de fuerzas procede a amarrar con una cabuya de fique la caja de cartón en que su madre le empacó sus escasas pertenencias y sus mejores ropas. Son las cuatro de la mañana y hace un frío intenso. Sus padres lo abrazan y lloran al despedirlo. Gerardo finge resistir tan dolorosa despedida.
Lentamente camina hacia la carretera en las afueras de Zapatoca por donde pasará el bus de Roberto Gómez o el de su hermano Luis María, que hacían la ruta Zapatoca - San Vicente o uno de tantos carro-tanques que desde Barrancabermeja transportaban derivados del petróleo.
Mientras camina por el accidentado camino de herradura sus pensamientos van y vienen. Unos, dándole la orden de no dejar a sus viejos solos, otros que le impulsan a seguir adelante porque el mundo le dará todo lo que desee para cuidar de ellos.
Su alma parece estar alojada en la garganta, porque la tristeza y la amargura se sienten en el nudo doloroso que se forma en ella. Aunque normalmente el recorrido podía hacerse en 10 minutos, ahora recuerda que demoró cerca de una hora.
Fue una vía dolorosa en donde el suplicio de la soledad, dolor y sensación de orfandad eran extremos. Estaba solo, sin el amoroso apoyo de su padres. En Bucaramanga se aloja en casa de un primo, veterinario empírico, a quien le paga su estancia ayudándole y aprendiendo el oficio. Meses después se contacta con un distribuidor de productos veterinarios y alimentos concentrados, con quien trabaja simultáneamente en una granja y un almacén agropecuario en San Gil.
Posteriormente viaja en busca de sus hermanos Efrén, Hilda y Félix ya radicados en Bogotá. Deslumbrado por el ambiente libertino de la capital y dedicado a la actividad de administración de bares, no observa ninguna mejoría económica y decide cambiar a una actividad menos proclive a la vida licenciosa.
Procede a engancharse en una empresa distribuidora de electrodomésticos. Catálogo en mano iba calle arriba y calle abajo sin obtener ningún resultado. Durante cuatro semanas no logró vender absolutamente nada.
Y fue tanta su vergüenza por tan estruendoso fracaso, que prefirió pedirle a un compañero que le hiciera el favor de devolver en su nombre el catálogo y la lista de precios. Fue un suceso que hizo descender su auto estima a niveles jamás imaginados. Éste fracaso despertó en su hermana Hilda un sentimiento de solidaridad que la impulsó a obsequiarle un tiquete en tren hasta Santa Marta.
Fue un viaje tan largo como una vida, pero sirvió a su espíritu para templar el ánimo. Al llegar, otro primo lo hospeda en un negocio de residencias de su propiedad. Urgido por la necesidad, Gerardo se dedica a lo primero que le ofrecen: vender zapatos puerta a puerta.
Mientras recorría las calurosas calles de Santa Marta, llegó al almacén Coldest—el más acreditado en venta de electrodomésticos— y no pudo resistir el deseo de hablar con el gerente para solicitarle trabajo.
El propietario del establecimiento de manera muy amable le informó que de momento no estaba empleando vendedores. Gerardo averiguó por otros cargos, pero la respuesta fue un no rotundo. Realmente la empresa tenía el personal suficiente en todas la áreas de administración, ventas y cartera. Pero el muchacho siguió insistiendo.
Antes de que el gerente fuera a perder la paciencia por tanta tozudez, le hizo una propuesta
— ¿Sería posible que me permitiera trabajar para aprender y a cambio yo no le cobro sueldo? Es que se me ocurre que yo puedo ser útil y de paso aprendo...
— Bueno... bajo esas condiciones, le acepto la propuesta. Convenido que se presentaría al día siguiente, Gerardo salió del almacén pensando en qué lío se había metido. No lo podía creer ni él mismo: sin contrato, sin sueldo y sin garantía de ser empleado en el futuro.
Asumió el reto de cumplir para poner en práctica una frase que alguna vez había leído "Si usted quiere surgir, su deber es servir".
Debía darse a sí mismo todas las oportunidades. Y así fue. Estuvo un mes haciendo toda clase de labores en el almacén: patinaba documentos entre dependencias; ayudaba a cargar los camiones de entrega; contestaba el teléfono; se iba de pato a entregar pedidos, para así conocer mejor la ciudad; pedía a los mejores vendedores que le permitieran observar el procedimiento de ventas, etc.
Era el primero en llegar y el último en salir. Antes del año ya sabía todo el movimiento, desde la compra a proveedores hasta la venta final. De a poco fue logrando algunas ventas que le reportaron comisiones, con las cuales escasamente se sostenía, hasta que fue aceptado en la empresa como vendedor y poco a poco fue escalando posiciones ganando la confianza del propietario del almacén quien veía al intrépido muchacho aplicando aquel adagio de "hacer las cosas como si fueran propias".
Después de unos meses, ya tenía tanta importancia y se le daba tanta confianza, que se convirtió en el encargado de ir a Barranquilla a traer mercancías. Y las cosas empezaron a irle mejor cuando en 1973 asienta su espíritu enamorado la mujer que ama: Nohemí Serrano, una dama de gran talento, con quien tiene dos hijos Sandra Milena y Gerardo Andrés, hoy convertidos en exitosos profesionales.
Casado ya, construye su casa por partes según van llegando los ingresos. En 1977 en uno de sus viajes a Barranquilla, el propietario de Refricosta, un almacén de electrodomésticos se lo ofrece en venta. La propuesta le suena y se la comenta a su patrón quien ofrece aportar el 70% para comprar el negocio.
Como Gerardo no tiene dinero para el 30% restante, pide sus prestaciones sociales de 8 años de trabajo y vende la casa que tanto esfuerzo le había costado construir para aportarlo y dar su primer paso hacia la independencia.
Se traslada a Barranquilla con el nuevo estatus de socio-gerente. Pero Refricosta es un pequeño almacén que ocupa el último lugar en ventas en la ciudad. Implanta sistemas imaginativos y originales que poco a poco incrementan las operaciones, lo cual produce cierto escozor en la competencia.
A su oficina llega un anónimo en que le auguran la peor de las suertes; un futuro incierto donde era absolutamente imposible —según los términos del pasquín— que pudiera sostenerse en el dificil mercado.
La carta anónima le produjo, contrariamente a la intención del cobarde autor, el más vivo deseo de demostrar al mundo su inteligencia y amor propio. A partir de entonces trabajó con más ahínco y el éxito no demoró en asomar a su puerta. Aplicando a la vida diaria un método infalible, hoy le dice a quienes le piden un consejo para triunfar que sigan los siguientes pasos:
1.- Fíjese un objetivo definido:
a).- Claro
b).- Noble
c).- Posible
2.- Persevere diariamente en alcanzarlo
3.- Busque todos los medios que estimulen su entusiasmo para lograrlo
4.-No permita que nada ni nadie se interponga en el camino para lograrlo
5.- Aparte de si toda duda, persona o dificultad que le impidan alcanzar lo propuesto.
6.- Pídale a dios todos los días que le dé fuerzas y sabiduría para conseguir su objetivo
Su obsesión por lograr la independencia lo lleva a pedirle a su socio una mayor participación en el negocio, pero aquel no acepta lo cual lleva a la disolución de la sociedad, tras cuatro años de exitosos resultados.
El 1° de octubre de 1980, se hizo realidad el anhelado sueño de montar su propio almacén. Nace Diselco, que hoy luego de 19 años de vida y presencia activa en el mercado de la costa se ha convertido en una empresa que se proyectó hacia el futuro.
Pero lograrlo no ha sido fácil. La práctica diaria del ciclismo recreativo le ha llevado a desarrollar una filosofía magistral:
“La vida, cual bicicleta, hay que impulsarla pedalazo a pedalazo; con los manubrios bien asidos; tomando las curvas con cautela; no desfalleciendo ante las subidas y no precipitándose en las bajadas y con una visión clara del horizonte para mantenerse en el lote puntero”.
Sus inquietudes gremiales las ha desarrollado participando activamente en la conformación del Comité de Comerciantes de Electrodomésticos de Fenalco; siendo miembro del la Liga Recreativa de Ciclismo; fundando y dirigiendo el Club Ciclístico Delfos y actuando como Vice-Presidente de la Unión de Comerciantes —Undeco— durante tres períodos consecutivos, lo cual habla a las claras del espíritu de servicio que enmarca su existencia.
(…)