Autores: Álvaro Serrano Duarte - Juan Carlos Rueda Gómez
Un grupo de chicuelos, no más de diez, discute animadamente sobre lo que harán durante el día para aprovechar al máximo las vacaciones extras ocasionadas por las fiestas que se celebran en el pueblo.
Se encuentran apostados frente al almacén de Doña Ana Dolores Cadena de Serrano, y uno de sus hijos, Rosso José, comparte con ellos propuestas de modificación de las condiciones de uno de sus juegos preferidos.
Los habitantes de Vélez están de plácemes por que es el mes de agosto y se celebran las fiestas que le merecen al pueblo el calificativo de "Capital Folclórica de Colombia".
Por todas partes se ve la gente luciendo sus mejores pintas; músicos afinando tiples, guitarras y requintos; hermosas muchachas, acompañadas de una que otra tía o hermano mayor, llevando flores en canastillas de mimbre, rumbo a la plaza central para participar en los distintos concursos del "Festival del Tiple y la Guabina".
Van tarareando y puliendo las coplas que ellas mismas han compuesto sobre temas del diario acontecer, chismes, noticias que llegan de lejos o alabando los frutos de la región.
Otras personas arriban al pueblo con sus productos agrícolas. Vienen con sus cónyuges e hijos y sus animales de carga.
El ambiente está preñado de deliciosos aromas de flores, frutas y, sobre todo, con el delicioso olor de la guayaba, materia prima del producto más importante de toda la región: El Bocadillo Veleño, delicioso manjar que ha adquirido merecida fama a nivel nacional e internacional.
Son las diez de la mañana y la temperatura de Vélez se ha ido subiendo en el alma de sus habitantes, contrastando con los 15°C del ambiente. La Iglesia Atravesada, —considerada patrimonio arquitectónico— se ve más hermosa que nunca; todo en Vélez es alegría.
En el almacén de Doña Ana Dolores los clientes entran y salen presurosos en busca de lo necesario para completar el atuendo fiestero. Las actividades del Colegio Universitario, institución fundada por el General Francisco de Paula Santander, están suspendidas durante las festividades.
Por eso aquellos jovencitos están apostados en la esquina. Rosso José distinguido por sus amiguitos como el líder en el juego de policías y bandidos que durante años han organizado en La Laguna Neira o en la Cueva de los Indios.
Ahora como adolescente puede ir un poco más lejos: al Puente de Piedra o al monumento donde se ofició la primera misa en el territorio nacional en los albores de la conquista, cuando Vélez se constituyó en una de las primeras poblaciones fundadas por los españoles.
A sus quince años, Rosso José es un jovencito que no conoce de bares, ni fiestas nocturnas, ni billares. Todos los de su edad cuentan únicamente con su imaginación y su torrente de energía para derrocharla en juegos, corriendo por los potreros, nadando saltando cercas, subiendo peñascos, recolectando frutas silvestres o corriendo por las pendientes del pueblo. Sólo cuando cumpla los 21 años podrá tener derecho a otros goce de juventud.
Alimentado con leche recién ordeñada, abundantes frutas y ayudando en el cuidado de la finca que tiene su padre a unos pocos kilómetros del casco urbano, el futuro General ha preferido siempre corretear a las "bandas de delincuentes".
Algunas veces le ha tocado hacerlo solo, porque el papel de policía no es del agrado de sus compañeros de juegos, como tampoco lo son los policías de verdad para los habitantes de la región, a quienes llaman despectivamente chulavitas, por las funestas acciones de la policía politizada y abyecta al servicio de regímenes oscuros y nefandos de ingrata recordación.
La Provincia de Vélez, es un sector limítrofe con Boyacá, conformado por las poblaciones de Barbosa, Puente Nacional, Jesús María, Florián, Bolívar, La Paz, La Aguada, Guavatá, Vélez, Güepsa, Cimitarra, Landázuri y Puerto Parra.
Por la época está en boga comentar los actos bandoleros de los liberales José del Carmen Tejeiro y Antonio Jesús Ariza, y de los conservadores Serafín Díaz y Ángel María Colmenares.
Igualmente siguen escuchándose, en voz baja, las conversaciones de los mayores, que hablan de la "Conspiración de Mayo", en la que algunos militares y policías se rebelaron porque consideraban la cesión del poder, por parte del General Rojas Pinilla a una Junta Militar, como un acto de traición a su ideario, al ver claramente un simple acto de transición que permitiría la recuperación del poder por parte de la oligarquía, mediante un disfrazado "proceso electoral", cuyo primer ganador sería Alberto Lleras Camargo, dando inicio a la alternación liberal - conservadora en el poder, llamada Frente Nacional.
El 30 de Abril de 1958, la emisora "Ondas del Fonce" de San Gil trasmitió las arengas y noticias de que el partido conservador iba camino a tomarse el poder y ya se encontraba gobernando en todas las poblaciones de Santander y Boyacá, lo cual solo era cierto en esa ciudad.
Pero dos días después, el 2 de mayo, el Teniente Coronel Hernando Forero Gómez (fundador del Batallón de Policía Militar), uno a los más distinguidos miembros de la fuerza pública, además de experto en inteligencia, es quien ordena capturar a cuatro de los cinco integrantes de la Junta Militar.
Días después, restaurado el orden, se ordenó la detención de los uniformados implicados en la conspiración, entre los cuales se hallaba el famoso Teniente Alberto Cendales, pero todos lograron fugarse.
Simultáneamente surgen otros oscuros personajes cuyas acciones despiertan una oleada admiración entre el pueblo, que los apoya en su lucha contra el gobierno: Efraín González, oriundo de la vereda "Cachovenao" del municipio de Jesús María, es el adalid conservador que perseguirá y frenará al forajido Carlos Bernal, de militancia liberal.
Al lado de González, hacen equipo Laureano Ariza, alias "Paterrana", Salvador González, alias "El Largo" y Humberto "El Ganso" Ariza.
A Rosso José, el papel de policía en los juegos no lo desprestigia, como sí terminan "perdiendo" los "ladrones y bandidos" que él capture en sus redadas por los campos sembrados de guayabos, naranjos, arrayanes, cañaduzales... porque según las reglas, si él los alcanzaba quedaban convertidos automáticamente en policías. Pero tenía que estar atento, porque si los "nuevos agentes" eran sorprendidos por los enemigos, se tenían que sumar nuevamente al bando contrario.
Aunque últimamente le ha tocado que esforzarse mucho más, porque algunos se dejan capturar por él para favorecer a sus "enemigos", ya que Rosso José es más veloz y astuto en sus capturas y sólo trampeando pueden hacer que el juego no termine tan rápido.
Aprovechando que están todos reunidos en la esquina, les anuncia muy severo:
— El juego de policías y ladrones tiene que cambiarse...
— ¿Por qué? ¿Es que ya no quiere ser el policía...? —interrumpió uno de sus amigos—.
—Nóooo. ¡No sea pingo! eso nunca. Lo que pasa es que he visto que están jugando sucio y así la vaina se vuelve aburridora. Yo los agarro y resultan haciendo trampa. Así que si quieren que siga haciendo de Comandante de Policía, tienen que aceptar las reglas de la Policía, así como los ladrones aceptan las reglas de los ladrones.
—A mí no me parece... —Dijo quien hacía el papel de jefe de la "banda"—.
—Mire, Rosso José, allá vienen dos chulavitas a los que puede meter como sus compañeros...—agregó con sorna otro de los amigos—.
Rosso José volteó a mirar y vio venir a los hermanos Hugo y Jaime Tirado, quienes vestían impecablemente el uniforme de la Policía de Caballería, con sus botas de media caña, espolones, sombrero de tela, y cinturón ancho del cual colgaban relucientes revólveres.
Caminaban con el acento y el garbo propios de hombres guerreros, con la frente en alto y mirada imperturbable. Todos los muchachos callaron y voltearon para no mirarlos.
Rosso José, en cambio, se puso de pies y con gesto orondo hizo sonar sus chocatos contra el suelo empedrado de la calle, mientras levantaba su mano derecha llevándola a la sien, en actitud de saludo militar. Los hermanos Tirado se miraron entre sí y, aunque un poco extrañados, respondieron con el mismo ademán al muchacho.
Del grupo de jóvenes surgieron inicialmente unas risillas socarronas, pero al alejarse los agentes, todos estallaron en risotadas y expresiones burlonas contra Rosso José por haber saludado a aquellos en aparatoso gesto militar.
Los hermanos volvieron a mirarse sin detener su marcha comentándose:
—Parece que el hijo de Don Julio y Doña Ana Dolores tiene ganas de ser policía...-Dijo uno—.
—Yo no creo... por las risas sólo parece un juego de chinos...nosotros somos los únicos de este pueblo que nos atrevimos a ser policías y no creo que alguien más sea capaz de soportar las burlas que hemos aguantado.—dijo el otro hermano—.
Molesto por la actitud irrespetuosa de sus compañeros de juego, Rosso José se dispuso a retirarse para entrar en el almacén de su mamá. Pero sus amigos le detuvieron al notar su enojo y para intentar congraciarse con él, uno de ellos le dijo:
—Bueno, mi comandante... está bien ¿cuáles son las nuevas condiciones del juego?
Entendiendo que la actitud de sus amigos era propicia para imponer sus condiciones y así modificar las reglas del juego de policía y ladrones del siguiente domingo, Rosso José se trepó al andén frente a todos y les dijo:
—Yo le jalo otra vez si los que capture quedan por fuera del juego...
—...y si capturamos a alguno que juegue con usted como policía.... —Preguntó uno de los que actuaban COMO malhechores—.
—Pues, ustedes verán. Ustedes son los del otro bando. Pero en mi equipo de policías no quiero traidores al juego. Si somos policías, no está bien hacer trampa, así como a ustedes no les gusta que alguno los traicione. Si antes jugábamos convirtiendo en policías a los capturados, ahora yo escojo a quienes verdaderamente quieran jugar como policías honestos. Piénsenlo, y si se deciden, el domingo nos vemos.
Acto seguido les dio la espalda y entró en el almacén. Sus amigos se miraron entre sí y alzaron los hombros en señal de aceptación. Le conocían. como un muchacho de pocas palabras, pero firme en sus decisiones.
A partir de entonces, los encuentros fueron más esporádicos ya que la edad los obligaba a asumir compromisos laborales más pesados y, además, esos juegos eran propios de niños de pantalón corto.
Rosso José, de diecisiete años y cursando cuarto de bachillerato, toma la firme decisión de ingresar a la Policía Nacional. Para ello, le pide a su tío Miguel Vargas, conductor de un camión transportador de cerveza, que lo lleve a Bogotá, pagándose el viaje trabajando como ayudante.
En Bogotá se instaló en casa de Segundo Fandiño, otro familiar, quien le guió por la capital para tramitar sus documentos de ingreso a la Escuela de Policía General Santander.
Corría el año de 1960: Cumplidos los trámites, Rosso José no veía la hora de iniciar sus estudios, pero el cambio de clima lo enfermó de amigdalitis y dada la gravedad, que podría impedirle cumplir sus sueños, no tuvo más remedio que hacerse operar de caridad en el Hospital La Samaritana.
Solamente llevaba ocho días de convalecencia, cuando fue llamado a filas. Casi sin poder hablar y sufriendo los rigores de la milicia, el clima congelante de la sabana de Bogotá en las madrugadas, bañándose al aire libre, se resistía con estoicismo y tozudez al desaliento.
—¡Rooossso...Rooosssso...! Gritaban cantando sus compañeros en forma burlona, por ser su nombre único en todo el contingente. Pero él se mantenía impasible y les respondía también cantando...—
—...y prooonntooo meee diiirán Geeenneeralll Roosssooo...yaaa me veeeránnn... güeeeevooonees -
Como tantos niños, el día de su nacimiento -30 de Agosto de 1,942- también señaló el nombre con el que debía ser bautizado. El padre Gómez, párroco de Vélez, buscó en el santoral y halló que en tal fecha se celebraba la fiesta de Santa Rosa de Lima. Rosso era su mejor inspiración para rendirle tributo.
En su condición de policía raso escuchó su nombre como si fuese un apodo, pero a medida que era repetido tantas veces, le fue gustando, porque resultaba inequívoco que quién ganaba los méritos y condecoraciones, ascensos y reconocimientos era un solo Rosso... Rosso José Serrano Cadena.
Hoy, sentado en un gran salón de reuniones del alto mando policial en Colombia, compartiendo su vidá y vivencias con un par de paisanos que le escuchan atentos, recuerda cada uno de sus éxitos profesionales y también sus dificultades para cumplir el sueño de llevar a la cumbre en organización, lealtad, profesionalismo y eficacia a un cuerpo armado que desde hace 50 años estaba sumido en la corrupción y la malquerencia de la ciudadanía.
Ha sido una tarea titánica en la que el General Serrano reconoce el aporte de todos aquellos compañeros suyos, de diferente rango, que se sintonizaron con su empeño: hacer realidad los ideales del cuerpo policial.
El haber recibido la máxima condecoración —nunca antes dada a un colombiano— de "El Mejor Policía del Mundo", es una gran calificación que magnifica su profesionalismo y capacidad de gestión.
Y cuando tocamos el tema familiar, desaparece de su rostro militar la severidad del guerrero y aparece el alma cándida y tierna que expresa su amor a Hilde Ebers, su esposa y madre de sus hijos Claudia, Franz y Jorge. Se enternece aún más pronunciando el nombre de sus nietos Juan Nicólás, Jorge Luis y Juan Pablo.
Por los corredores y oficinas de su "bunker", el Comando Central de la Policía Nacional, se observa el fragor y celeridad de un aparato administrativo gigantesco que vela por el desarrollo institucional impuesto por este hombre de baja estatura, que mantiene intacta su esencia campesina, aún después de haberse codeado con los más grandes jefes policiales, militares y estadistas del mundo.
Es un hombre realmente consecuente con su nombre: irradia un candor que a todos subyuga por su trato sencillo y afable, libre de presuntuosas actitudes; que es temido por mafiosos y malhechores que se espantan cuando todos sus oficiales, suboficiales y agentes rasos acatan las directrices de persecución y aprehensión.
Logros que han sido registrados en todos los medios de comunicación de Colombia y el exterior. En su rostro se asoma ahora la tristeza. De manera muy comedida nos pide que le dispensemos porque debe atender algunos asuntos de suma gravedad que exigen su atención personal, y al despedirse nos conmueve su consejo:
—Me gustaría que mi historia sea relatada con la sencillez del realismo campesino.
Después de tantos añios de haber salido de mi tierra, aún sigo recordando los consejos de mis papás: "La sinceridad es consigo mismo, no sólo con los demás". Esa es la base fundamental para realizar lo que uno se proponga, haciéndolo con transparencia, constancia y agrado.
Al salir de su oficina y pasando frente a un puesto de revistas, leímos el titular de un periódico capitalino: "Asesinados cuatro policías en ataque guerrillero".
En ese momento comprendimos el motivo de su tristeza. Nos lo imaginamos compungido, pero no derrumbado: Seguramente estaría escuchando a través de alguno de los doce teléfonos que hay en una mesa contigua a su escritorio, las quejas y el llanto de las madres, esposas e hijos de tantos policías que mueren diariamente en este país defendiendo el ideal de una nación que anhela la paz.
Ya no es el juego de niños en el que Rosso José correteaba por montes y quebradas, entre cañadulzales, guayabos y naranjales a sus amigos que fingían ser bandidos. Ahora es una permanente lucha por evitar que sus dirigidos caigan en la tentación de traicionar su juramento patriótico y por aprehender a aquellos que asumen el nefasto rol de narcotraficantes, corruptos, secuestradores, guerrilleros, paramilitares, ladrones, asesinos, terroristas y demás alimañas que se esconden en las ciudades y campos de Colombia.
Tampoco es, como en su pasado infantil y juvenil, un juego con igualdad de recursos, como los palos que servían de fusiles, disparados con la fuerza de sus voces, buscando huellas en el terreno, montándose a los árboles más altos para atisbar el paso de sus "enemigos".
Ahora son armas de verdad que matan niños, ancianos y mujeres; son enemigos de verdad; indolentes y desalmados, que arrasan poblaciones enteras sin conmiseración. Son bastardos que se abrogan tareas que nadie les ha conferido, supuestamente defendiendo al pueblo; alimentando su filosofía con el dolor, sembrando pobreza y desesperación; mutilando y matando campesinos y trabajadores humildes que caen por la acción nefasta de sus bombas y minas quiebra-patas, derramando petróleo en campos y ríos; asolando al país y victimizando a la población inerme con el secuestro, las masacres, la tortura, el abigeato, la extorsión y el boleteo.
Como un todo delincuencial, disfrazan con máscaras de supuesto altruismo la oprobiosa saña y la maldad sin limites de sus acciones; un mar de lágrimas y sangre inunda a una Colombia llena de seres impotentes que imploran una justicia que parece no llegar nunca; un presupuesto que no alcanza porque se queda en los bolsillos de los corruptos, que ahora se organizan en un nuevo cuerpo delictivo asesinando, jueces, investigadores y periodistas que osen dar a conocer a sus escondidos cabecillas y que aprovechan la desesperación que causa la lucha fratricida de mafiosos, paramilitares y guerrilleros, para mantenerse incólumes en el anonimato.
Afortunadamente, contamos con un hombre excelso como Rosso José para que sus ideas, experiencia y bondad sigan siendo la semilla que crezca en el inmediato futuro, siendo el genuino y principal gestor de un anhelo personal: Construir la Escuela de Policía Especializada, en su tierra natal, Vélez, con capacidad para 600 nuevos hombres que asumirán el reto de hacer más grande a Colombia.
Escuela de la cual espera su inauguración antes de un año y donde se ve anticipadamente dictando cátedra después de su retiro.
Por eso es un hombre que se mantiene en el éxito: "...porque salir de la policía no es mi final... es el comienzo de una nueva etapa, tan hermosa y satisfactoria como todas las que he tenido como niño, joven, adulto... campesino, estudiante, policía, esposo, padre y abuelo...
(...)