Autor: Desconocido
Parado frente al Muro de las Lamentaciones, Fernando Dangond Castro se preguntaba si los milagros de Jesucristo en la Tierra fueron ciertos. En su mente de profesor que dedicó cinco años de su carrera a dar clases de neurología en Harvard Medical School, la explicación tenía que ser científica:
“Ante una supuesta posesión del demonio, lo que realmente ocurría era un ataque de epilepsia”, se decía a sí mismo.
Tres meses después de su viaje a Jerusalem, el 12 de diciembre de 2012, la respuesta a sus dudas le llegaba de manera contundente. Su esposa, Mónica Lacouture, y una junta de médicos lo esperaban en la sala de urgencias del Children Hospital de Boston para darle una noticia.
Ninguno de sus antiguos colegas lograba mantener la mirada fija mientras le informaban que Cristy, su hija menor, tenía un cáncer terminal. Una fuerte sensación de impotencia y terror lo invadió.
Su amplia trayectoria en la medicina, y el cargo de director médico de Neurología en Estados Unidos de la farmacéutica Merck Serono, no le servían de nada en ese momento. Cristy tenía un rabdomiosarcoma alveolar metastásico, uno de los cánceres más agresivos que existen. “Nunca en todos mis años de trabajo había visto un caso tan avanzado en un niño, y lo peor: era mi hija”, recuerda Fernando.
Los estudios médicos revelaban un tumor grande en el tórax con un colapso del pulmón izquierdo, múltiples vértebras de la columna estaban invadidas y, además, tenía nueve metástasis en el cráneo.
Este cuadro clínico era, para Fernando, como médico, especialmente sorprendente por su rápida progresión: solo semanas antes varias radiografías y un ultrasonido del tórax –practicados por el pediatra porque Cristy experimentaba molestias esporádicas en su espalda– habían sido normales.
A finales de 2012, a Cristy le hicieron una escanografía de los huesos. Los esposos Dangond Lacouture sabían que este último examen era solo un formalismo antes de empezar el tratamiento de quimioterapias.
Mientras salían los resultados que ya conocían, Mónica Lacouture cerró los ojos para rezar. Luego de 25 minutos de espera se acercó a Fernando y, antes de contarle lo que estaba viendo y oyendo, le pidió que no pensara que ella había enloquecido.
— “Mi papá está aquí, a mi lado”, le dijo.
Alfredo Lacouture, quien había muerto hacía un año, tras caer del segundo piso de su casa, le estaba dando un mensaje a su familia:
— “No se equivoquen. Cristina sí tiene cáncer, pero ella va a ser un milagro de Dios en el Año de la Fe. Dile a Fernando que no sienta más culpa, que él no pudo haber hecho nada por mí cuando me accidenté, porque yo tenía que morir para estar al lado de la niña. Ella atraerá a un ejército de personas para acercarse a Dios”.
Hacía mucho tiempo que Fernando no rezaba. Casi ni se acordaba de las mañanas de domingo en su natal Valledupar cuando acompañaba a la misa a sus papás y oraba mirando a la cruz arriba del altar.
El neurólogo que había dedicado gran parte de su vida a estudiar y especializarse en biología molecular e inmunología, le hizo caso a su esposa y juntos se arrodillaron a lado y lado de Cristy.
— “Les van a dar una buena noticia”, le habló su padre de nuevo a Mónica.
A los pocos minutos, la cara sorprendida y sonriente del radiólogo, que regresaba con los resultados del examen, confirmaba el mensaje del más allá. Todo salió normal, los huesos de la niña estaban sanos. A las seis semanas de iniciado el tratamiento de quimioterapia para combatir el tumor del tórax, los exámenes de seguimiento revelaron que todo el cáncer había desaparecido.
Desde entonces han pasado dos años reveladores para la familia, de la que también forman parte Daniel, de 16 años, y David, de 14. Fernando dice que su cambio personal ha sido “de la Tierra al cielo”.
Ahora se describe como un científico que cree en Dios, y admite que se ha rendido ante la evidencia de que está pasando algo sobrenatural en sus vidas. “El milagro es nuestra transformación. Oramos juntos todos los días, damos gracias antes de comer, rezamos juntos el Rosario, vamos a misa y cuando comulgamos creemos firmemente que entramos en unión con Jesús”.
El agradecimiento a Dios se traduce en la página de Facebook: 1 millón de oraciones por Cristy Dangond Lacouture. El testimonio de la niña alienta a las personas que a diario piden oración por sus familiares enfermos en esta red social. Con su ejemplo ella fortalece la fe de los más de 34 mil miembros que la siguen. La pequeña, que acaba de celebrar su noveno cumpleaños, les recuerda que siempre digan: “¡Jesús, en ti confío!”.
“Cuando ocurren estás ‘tragedias’ uno se da cuenta de que la vida es un regalo precioso, pero al mismo tiempo la visión sobre la muerte cambia. Cristy, que es muy espiritual, habla del tema de la manera más natural”, reflexiona Fernando, quien recuerda un episodio en particular, cuando al pasar cerca de un grupo de gente en duelo la pequeña le preguntó a su mamá:
— “¿Por qué están vestidos de negro?”.
— “Están tristes porque un ser querido se murió”.
Con una gran certeza, Cristy dijo:
—“Todos deberían vestirse de arcoíris y sentirse felices porque esa persona se fue para el cielo”.
Sin el menor asomo de fanatismo, Fernando Dangond Castro concluye que su misión es dar testimonio. Con el acento musical de su tierra, que no ha perdido en los 25 años que lleva viviendo en Boston, confiesa que siente “un ardor en el corazón” de que la gente sepa lo inmensamente amoroso que es Dios.