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El primer escándalo político-erótico de la República

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El Congreso de la Villa del Rosario de Cúcuta

Apenas había transcurrido un año del triunfo de Boyacá, cuando el Libertador Simón Bolívar, al frente de un ejército de soldados, granadinos en su mayoría, luego de algunos éxitos militares en la campaña de Venezuela, había logrado concertar una tregua después de su entrevista con Pablo Morillo, el Pacificador, ocurrida en la población de Santa Ana en diciembre de 1820.

Tal circunstancia permitió a los dos conocerse y alojarse en la misma casa, luego de haber compartido cordialmente la mesa. La tregua tenía una duración de seis meses, durante los cuales a Bolívar le interesaba ganar terreno en los preparativos para la reanudación de la guerra, y al mismo tiempo organizar políticamente la Gran Colombia, a través del Congreso que debía reunirse en la villa del Rosario de Cúcuta.

Templo histórico de Villa del Rosario, Cúcuta, ColombiaAsí mismo le preocupaban los tropiezos que habían venido impidiendo la instalación de éste, que ya llevaba un año de aplazamiento. Ya habían muerto el doctor Juan Germán Roscio, Vicepresidente interino de la República, encargado de presidirlo, y su sucesor en esta misión, don Luis Eduardo Azuola.

El 20 de febrero de 1821, el Libertador se hallaba en la población de Achaguas, sin sospechar que ese día había llegado a Angosturas el General Antonio Nariño, con quien se reunió el 31 de marzo, después de habérsele anunciado por medio epistolar que le enviara el 25 de febrero. Vale la pena destacar la alta estima que Bolívar profesaba a Nariño, como queda demostrado en el siguiente párrafo de la respuesta que le envió, al tener noticias de su llegada a Venezuela:

“Entre los muchos favores que la fortuna ha concedido últimamente a Colombia, cuento con el más importante, como el de haberle restituido los talentos y virtudes de uno de sus más célebres e ilustres hijos. V. S. merece por muchos títulos la estimación de sus conciudadanos y particularmente la mía”.

Los términos anteriores eran apenas el reconocimiento de los méritos del Precursor, quien fue el único que apoyó y socorrió en la incierta campaña de 1813, en Venezuela. Por esto, en 1814, no vaciló en otorgar a Nariño una distinción que lo acreditaba como uno de los libertadores de su Patria.

Nariño es, en este momento, un hombre de 56 años; acaba de cumplir su última condena en Cádiz. Con ella completó exactamente, catorce años, un mes y quince días en prisiones, por la causa de la libertad.

Sus antecedentes como dinámico organizador, hábil político, valiente militar y denodado patriota, lo sitúan en estos momentos en un lugar de preeminencia en la dirección de los destinos de la naciente Gran Colombia. De ahí que, el 4 de abril no vaciló el Libertador en señalarlo como Vicepresidente, con el encargo de presidir el Congreso de Cúcuta.

Nariño salió de Achaguas el 7 de abril para disponerse a cumplir tan destacada misión. Para dar una idea de su dinamismo, y sobre todo de su acendrado sentido del deber, basta decir, que a pesar de su edad, las enfermedades que lo aquejan y el agotamiento físico después de tan largos sufrimientos, en 22 días hizo el viaje de Achaguas a Cúcuta, en el cual normalmente se empleaban dos a tres meses. Apenas se detuvo para satisfacer sus necesidades estrictamente indispensables.

Nariño llega a Cúcuta el 29 de abril; de inmediato procede a presentar sus credenciales y a tomar posesión del cargo de Vicepresidente. Para muchos delegados, Nariño era un desconocido, especialmente para los venezolanos. Algo habían oído hablar de este hombre admirable, el que más sufrió por la causa libertadora.

El ambiente que rodeaba los preparativos de la asamblea era agitado, pues en tanto que algunos lo señalan como un hombre peligroso, astuto e intrigante, otros lo consideraban como la persona que iba a hacer posible la instalación y las deliberaciones del Congreso.

La sesión inaugural fue el 6 de marzo, en medio de una natural expectativa. Se trataba, nada menos, que del nacimiento institucional de la República, y aquí llega una sorpresa para la gran mayoría de los Diputados. Fue el discurso que pronunció Nariño, y en el cual, haciendo gala de una fluida y elocuente oratoria, hizo una inteligente disertación sobre la organización del Estado.

General Antonio NariñoEn el seno del naciente Parlamento se produjeron dos corrientes: una admirativa, la otra, envidiosa. Esta última se notaba dentro del grupo de diputados oriundos de Venezuela; no podían tolerar la superioridad intelectual y la versación de estadista de un granadino.

No se había terminado la campaña bélica de la independencia venezolana y ya estaban aflorando los recelos y los resquemores en el ámbito político.

El viejo templo donde deliberaba el Parlamento lo rodeaba una muchedumbre abigarrada y parlanchina. Era el pueblo soberano, al cual le caía de maravilla sentirse dueño de sus propios destinos.

La gente miraba las caras adustas de los diputados, escuchaba sus intervenciones y sentía un sacudimiento interior de emociones inexplicables, arrebatada por los vuelos de la oratoria de quienes hacían uso de la palabra. Cuando Nariño intervenía, la muchedumbre guardaba profundo y respetuoso silencio; la voz del gran tribuno, era la voz misma de la libertad.

Luego de una agitada discusión sobre el formalismo de la designación de la presidencia del Congreso, Nariño anunció a la asamblea la lectura de un mensaje del Libertador, que acababa de llegar. Era nada menos, que su renuncia como Presidente de la República. Bolívar presentaba su dimisión en situaciones como ésta, sabiendo de antemano que no se la aceptarían.

Eso ocurrió en el primer Congreso de la Nación. Nariño se asoció al Libertador en esta determinación y expresó, así mismo, su propósito de renunciar. De inmediato el Congreso reaccionó y en forma casi unánime, ratificó a ambos en sus cargos.

El escándalo

El telón de la escena sigue abierto y hace su aparición una mujer. ¿Quién es? Es la dama inglesa Mary English, viuda de un General que hizo parte de la Legión Británica y que combatió por la causa libertadora.

Había muerto, luego de haber tenido diferencias con el General Rafael Urdaneta, a quien según decía la dama, había suministrado dineros de su bolsillo para sostener una brigada, lo cual era cierto. English salió de Venezuela en precarias condiciones de salud y, víctima de la envidia de Urdaneta, fue a morir a la isla de Margarita.

Su viuda, una mujer ya otoñal, había merodeado en Angostura, reclamando a las autoridades los sueldos de su esposo y la deuda de esos dineros. Como no obtuvo resultados, consideró propicia la oportunidad del Congreso de Cúcuta para elevar el reclamo y no vaciló en viajar hasta allí, donde por medio del General escocés D´Evereux, obtuvo una audiencia con el General Nariño. No podía hacer cosa distinta de utilizar los buenos oficios de su paisano como intermediario en esta apremiante diligencia.

Mary, aunque ya entrada en años, todavía llamaba la atención en el Rosario de Cúcuta. La modesta aldea que era entonces la Villa, con sus casitas blancas de gruesas tapias, tejados desmayados, patios arbolados, donde residían las familias importantes, al lado de pobres ranchos de bahareque y techumbre de paja, circundaba la plaza en donde se levantaba la iglesia parroquial. Sus moradores llevaban la vida humilde y apacible de aquella época, en la cual muy pocos acontecimientos perturbaban el lento correr de los días.

Dentro de ese ámbito, la presencia de una extranjera, pecosa, rubia y de ojos azueles y de hablar trabado, era un motivo de habladurías y temerarios juicios. ¿Sería una espía de España que trata de llevar informes al enemigo?, ¿o una mujer de vida equívoca qué había llegado allí en busca de aventuras?, ¿o tal vez la esposa o la amante de alguno de los honorables diputados?.

Pronto las entrevistas frecuentes de Mary y el General D´Evereux destruyeron conjeturas y atrevidas murmuraciones. Se supo que ella andaba en planes de conversar con el General Nariño, como en efecto ocurrió.

La extranjera logró sus propósitos y una tarde, luego de la agitada sesión del Congreso, que se reunía en el templo de la Villa, el General Nariño se dispuso a atenderla en la pequeña sala de la posada.

Cuando la inglesa llegó, y luego de saludar al General tomó asiento junto a él. La señora de la casa, para comodidad de la entrevista, prudentemente cerró la puerta que daba al interior de la residencia. En la esquina de la cuadra, algunos curiosos se reunieron cuando observaron la entrada de la enigmática dama rubia.

Al cabo de media hora, la sombra de una nube turbia cubre el escenario de estos episodios. Bruscamente se abrió la puerta de la posada y se vio a la inglesa salir a pasos rápidos, mascullando frases ininteligibles para quienes la oyeron, viendo que se dirigía a la guarnición donde inquirió por el General D´Evereux, al cual informó, con voz temblorosa por la ira y con los ojos llenos de lágrimas, que el General Nariño había tratado de abusar de ella.

¿Qué había ocurrido en realidad? Nadie podrá saber nunca la verdad de una escena ocurrida sin testigo alguno. Pudo suceder que esa mujer, acosada por sus necesidades y angustias económicas y utilizando las últimas municiones de sus decadentes atractivos físicos, atacara la fortaleza y la dignidad del alto personaje que tenía delante, a quien sabía como único recurso para la solución de sus problemas, insinuando una retribución íntima al favor que buscaba y que Nariño, ofendido en su dignidad, rechazara la equívoca insinuación.

O pudo ser, que el General, olvidándose de su alta posición, echando a un lado reatos morales, tal vez urgido por la represión de sus instintos durante tantos años de privaciones y sufrimientos, hubiera tendido el lazo de una permuta a la otoñal viuda. El rechazo de él, en el primer caso, o la resistencia de una mujer, que en medio de los avatares de la vida no había perdido las nociones de su anglosajona virtud, produjeron igual resultado.

Lo que pasó después ofrece documentos históricos fehacientes: D´Evereux dirigió una carta burdamente redactada en términos desobligantes al General Nariño, protestando por este atentado contra el honor de su coterránea. A su vez, Nariño, ofendido en su dignidad de Vicepresidente, como única respuesta puso preso al militar inglés, a quien hizo encerrar como cualquier truhán en una mugrienta cocina.

Después de veinte días de prisión, intervino otro inglés, el Coronel Low, quien informó al Congreso de lo ocurrido y automáticamente el hecho trascendió a la opinión pública, que se solazó en una abundante cosecha de chismes y murmuraciones. Había surgido un escándalo de proyecciones históricas.

Nariño, lejos de amedrentarse, hizo frente a la situación planteada y envió al Congreso el expediente contra D´Evereaux. El Parlamento se dividió en dos bandos, con mayoría en contra del Precursor, en razón de la jerarquía que ocupaba el oficial británico, que era el Jefe de la guarnición local, y que no guardaba proporción alguna con la humillación a que había sido sometido por el airado militar granadino.

Nariño vio entonces que había perdido la batalla y en última instancia y con una escolta, envió al conflictivo prisionero al cuartel general del Libertador, para que fuera éste el árbitro de la situación planteada.

Poco a poco, sin embargo, dentro del ambiente legislativo, los partidarios de Nariño aumentaron en números. Los debates fueron numerosos, largos y candentes. Los enemigos del Vicepresidente buscaron la forma de destituirlo y cancelarle las atribuciones de legislador, pero fracasaron en el intento. Los “nariñófilos” lo defendieron con ardor y amenazaron con declarar una guerra civil si se llegaba a semejantes extremos.

Con todo, la suerte estaba echada. Sólo tres días mediaron entre la deportación de D´Evereux y la renuncia a su cargo, presentada por Nariño, la cual fue aceptada por el Congreso, reemplazándolo por don José María del Castillo y Rada. Esto ocurrió el 5 de julio de 1821.

Ha caído el telón sobre un drama que irónicamente maltrató la imagen de un hombre honesto y austero en su vida privada, como lo fue Antonio Nariño. Días después, sólo como había llegado, en forma silenciosa atravesó media república, para fijar su cansada existencia en Bogotá, y dos años más tarde, el 13 de diciembre de 1823, fallecía, en una casona de la Villa de Leyva.

Este episodio tiene, como ya se dijo, trascendencia histórica. La presencia de una mujer, a la que bien pudo amar, truncó la trayectoria política del Precursor de la Independencia, al cual Bolívar señaló como el más ilustre de los artífices de la separación con España, y el más abnegado e inteligente constructor de la libertad de la Patria.

De Mary English se sabe que terminó sus días como una pordiosera, luego de implorar ayuda inútilmente alrededor del templo del Rosario, sin obtener la atención del Congreso, que se clausuró en Octubre de 1821. A partir de ese momento desapareció su huella y su recuerdo.

En cuanto al General D´Evereux, tuvo también un triste final. Santander, posiblemente para deshacerse diplomáticamente de él, lo nombró como Ministro de Colombia ante Rusia y los Estados Escandinavos, donde fue rechazado.

A su regreso al país pretendió convencer al gobierno del fantástico proyecto, para esa época, de abrir un canal interoceánico y murió poco después ciego, pobre y olvidado.

 

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