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Lo dijo Einstein a los científicos italianos

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Autor: Desconocido

A propósito de las discusiones sobre las acciones de guerra y para quienes buscamos la construcción de una cultura de No Violencia Activa (NOVA) como condición para la paz, vale la pena conocer esta carta.

Después del empleo de la bomba nuclear contra objetivos civiles en Hiroshima y Nagasaki, en la Segunda Guerra Mundial que cobró como víctimas no combatientes a 72.000 muertos y 80.000 heridos en Hiroshima, a 23.657 muertos y 120.820 heridos de Nagasaki, que no fueron “daños colaterales” para finalizar la confrontación, Einstein como adalid contra el empleo de las armas nucleares, aborda el problema de la “guerra justa” y subraya el ethos del hombre de ciencia que como tal mantiene una distancia crítica frente al poder.

Mensaje a la “Società Italiana per il progresso della Scienza” [Lucca, Italia, 1950], sobre el peligro de las explosiones nucleares. [Tomado de "El Espectador". Magazín Dominical, Agosto 4/1985. Carátula y Pgs.4-5, con subtítulo “Explosiones nucleares”]. Se encuentra otra versión -con algunas diferencias y adiciones- en Einstein, Albert “Sobre la teoría de la relatividad y otras aportaciones científicas”. Trad: José M. Álvarez Flores <sic> y Ana Goldar. Sarpe, Madrid, 1983. Pp. 166-169. Agradecemos el aporte de Alejandro González Pulido, quien nos proporcionó el presente texto.

Explosión NuclearHay una cuestión que se plantea por encima de cualquier otra. ¿Debemos elegir como fin supremo de nuestras aspiraciones el conocimiento de la verdad, es decir, en términos más modestos, la comprensión lógica y constructiva del mundo accesible a la experiencia, o bien tal aspiración hacia el conocimiento racional debe ser subordinada a otros fines cualesquiera, como por ejemplo al fin práctico?

La reflexión por sí sola no puede proporcionar respuestas a ese dilema. Y, sin embargo, la decisión tiene una influencia considerable sobre nuestro pensamiento y sobre nuestro sentido de los valores, por cuanto ella tiene de persuasión inconmovible.

Dejadme que os haga una confesión: por lo que a mi se refiere, la aspiración hacia el conocimiento representa uno de esos fines que se bastan a sí mismos, sin los cuales al hombre que piensa no le parece posible una afirmación de la existencia.

Está en la naturaleza de esa aspiración hacia el conocimiento, el tender hacia el dominio de los aspectos diversos y multiformes de los experimentos, hacia una simplificación y una limitación de las hipótesis básicas.

La compatibilidad última de esas finalidades, en el estado aún rudimentario de nuestras investigaciones, representa en sí misma un acto de fe. Sin tal fe, el convencimiento del valor intrínseco que se atribuye al conocimiento no puede ser, a juicio mío, ni profundo ni sólido.

Esa orientación, por decirlo así, religiosa, del hombre de ciencia hacia la verdad, no deja de influir en el conjunto de su personalidad. Pues, fuera de los datos experimentales y de las orientaciones del pensamiento, no existe para el investigador ninguna autoridad cuyas decisiones y opiniones puedan servir de pretexto para edificar una "verdad".

Como consecuencia de tal paradoja resulta que un hombre que dedica su mejor esfuerzo a realizaciones objetivas se hace, desde un punto de vista social, de tal modo individualista que, por lo menos en principio, no se basa sino sobre su propio juicio.

Resulta bastante fácil demostrar que el individualismo intelectual y el poder científico han aparecido simultáneamente en la historia y han permanecido inseparables.

Cabría objetar que el hombre de ciencia así delimitado no es sino una pura abstracción que no se encuentra nunca en carne y hueso en este mundo, y que sería en cierto modo análogo al "homo œconomicus" de la economía clásica.

Por lo que a mí se refiere, me parece que la ciencia, tal como se nos aparece hoy en día, no hubiese podido nacer y permanecer viva si en el curso de los siglos no hubiesen existido hombres de ciencia parecidos a aquel cuya imagen acabo de precisar.

Es evidente que no considero como hombre de ciencia a quien sólo ha aprendido a utilizar instrumentos y a adoptar métodos de trabajo que, directa o indirectamente, parecen científicos sino únicamente a aquel en quien la mentalidad científica está realmente viva.

¿Qué lugar corresponde al hombre de ciencia en la sociedad actual? En una u otra forma se siente siempre orgulloso de que -casi siempre indirectamente- el trabajo de sus colegas haya transformado la vida económica de los hombres, hasta el punto de haber hecho desaparecer para la gran mayoría el trabajo muscular.

Pero se siente también oprimido por el hecho de que el resultado de sus obras haya terminado por constituir una obscura amenaza para la humanidad, desde el momento en que los frutos de sus investigaciones han caído en las manos de quienes detentan el poder político.

Se da cuenta del hecho de que la aplicación de sus investigaciones ha concentrado en la mano de una pequeña minoría el poder, primero económico y luego político, del que depende estrechamente el porvenir de la masa de individuos, que cada vez parece más amorfa.

Más aún, esa concentración de la fuerza económica y política en manos de unos cuantos no solamente ha llevado al hombre de ciencia hacia una sumisión material externa, sino que también lo ha conducido hacia una amenaza interna de su existencia, al impedir el desarrollo de personalidades independientes.

Explosión NuclearAsí es que vemos cómo se dibuja un destino verdaderamente trágico para el hombre de ciencia; sostenido por sus aspiraciones hacia la claridad y hacia la independencia externa, se ha forjado él mismo, por su fuerza casi sobre-humana, las armas de su servidumbre externa y del aniquilamiento de su íntima personalidad.

Debe doblegarse al silencio que le imponen los que detentan el poder político. Se ve obligado a semejanza de un soldado, a sacrificar su propia vida y, lo que es peor, a destruir la de los demás, incluso cuando está convencido de que tal sacrificio es insensato.

Percibe con absoluta claridad que la situación provocada por la historia, que deja exclusivamente en manos de los Estados la facultad de disponer del poderío económico y político, y, por lo tanto, también del de orden militar, debe conducir a una aniquilación total.

Se da cuenta de que el hombre únicamente puede ser salvado si se sustituyen los métodos de la fuerza bruta por un organismo jurídico supranacional.

Entretanto, ha llegado al punto de aceptar como destino ineludible la esclavitud que el Estado nacionalista le impone. Y se envilece hasta ayudar, bajo órdenes recibidas, a perfeccionar los medios de destrucción total de los hombres.

¿Es que el hombre de ciencia se debe dejar arrastrar hasta un nivel tan bajo? ¿Ha pasado el tiempo en que su libertad interior, la independencia de su pensamiento y de sus investigaciones, han podido iluminar y enriquecer la vida de los hombres?

¿Ha olvidado quizá su propia responsabilidad y su propia dignidad, que le exige orientarse únicamente hacia el intelecto? Es posible matar a un hombre interiormente libre y consciente, pero no es posible reducirle a la esclavitud ni transformarlo en un instrumento ciego.

Si el hombre de ciencia pudiese, en nuestros días, encontrar el tiempo y el valor para apreciar seria y serenamente su posición y su tarea, y obrase luego en consecuencia, renacería entonces la esperanza de encontrar una solución razonable y satisfactoria a la situación internacional que actualmente nos amenaza a todos.

Tras murallas de misterio se perfeccionan con febril apresuramiento los medios de destrucción colectiva. Si se alcanza tal objetivo, el envenenamiento de la atmósfera por la radiactividad y, a consecuencia de ello, la destrucción de toda la vida sobre la Tierra, entrará en el dominio de las posibilidades técnicas.

Todo parece encadenarse en este siniestro desarrollo de los acontecimientos. Cada paso parece consecuencia inevitable del que le ha precedido, y al final del camino se perfila en forma cada vez más clara el espectro de la aniquilación general.

No podemos dejar de advertirlo una y otra vez; no podemos cejar en nuestros esfuerzos para hacer que las naciones del mundo, y sobre todo sus gobiernos, se den cuenta del inaudito desastre que con seguridad se provocaría de no modificarse la actitud de los unos para con los otros, y su manera de concebir el futuro.

Amenaza a nuestro mundo una crisis cuya amplitud parece escapar a los que tienen el poder de tomar grandes decisiones, para bien o para mal. La presencia desencadenada del átomo lo ha transformado todo, salvo nuestra manera de trabajar, y así es como nos deslizamos hacia una catástrofe sin precedentes. Se hace esencial una nueva manera de pensar, si es que la Humanidad quiere sobrevivir.

Desviar esa amenaza es el problema más urgente de nuestro tiempo.

En el momento decisivo -y presiento ese grave momento-, vocearé mi protesta con todas las fuerzas que me queden.

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