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Elías Gómez Guarín, de La Fuente, Santander

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Autores: Álvaro Serrano Duarte - Juan Carlos Rueda Gómez

EL CHARRO DE LA FUENTE

Todo está oscuro. La negrura de los árboles, las lomas, el pasto y el cielo pronto cambiará a verde, rojo, azul, amarillo y rosado. Hay una quietud pasmosa. Sólo se oyen grillos y lechuzas dando sus últimas tonadas. Una brisa fría recorre toda la ladera, terminando de llevar en forma de rocío las lágrimas de una larga noche de verano.

En el potrero; unas cuantas vacas son cuidadas por un gran toro que mira perezoso hacia la casa que está incrustada en mitad de la montaña. El ladrido de un perro guardián da inicio al concierto matutino.

En seguida, los gallos bajan del árbol donde duermen con toda su prole. Una vez e tierra, sacuden furiosamente las alas y alargando su cuello al máximo, lo curvan y abren el pico terminando de despertar a todos con su estridente canto. Lo hacen_ de uno en uno y nunca se escuchan dos a la vez. Entre tanto, las gallinas alargan perezosamente las pata y sacuden todo su plumaje.

La algarabía va en aumento y una luz se enciende en la casona. La tenue llama se desplaza de un lado a otro multiplicándose por todo el recinto. Es una de las dos mujeres que dan inicio a su labor de preparación del desayuno, que —como todos los días— ser traman con arepas de maíz pelao hechas en el tejo de barro, aliñadas con pedacitos de chicharrón. de marrano, un poquitico de queso y pichos, un derivado de la leche fermentada en calabazo. En pocos minutos la estancia es invadida por un delicioso aroma que convoca a toda la familia sin necesidad de usar palabras.

Los comensales también se levantan y, uno a uno, van bajando del zarzo. Ninguno pronuncia una palabra; y aunque lo hicieran, no se oiría su voz por el ruido que producen los machetes, los azadones, las palas y demás herramientas que cada quien va tomando del rincón del gran salón de aquella casa perdida en la montaña.

A todos esos ruidos, se agrega ahora el chirriar de la puerta que comunica la parte trasera de la casa con una pequeña porqueriza; donde dos cerdos aumentan sus chillidos. desesperados por el aroma del caldo teñidos huevo entero, papas parameras picadas y aromatizado con ramitas verdes y frescas de cilantro que una de las mujeres trajo de la huerta casera.

Aunque el perro siga ladrando, los gallos untando, las vacas bramando; los cerdos chillando, las herramientas sonando y las mujeres trasteando, aún falta un sonido más: el radio Philips que cuelga de una puntilla en la sala.

Elías es el encargado de sintonizar la emisora que a esa hora de la madrugada transmite las más sentidas canciones: del folclor mejicano. Tan pronto es encendido el aparato, los habitantes de aquella casa son transportados a un mundo que, aunque ajeno, ya han hecho suyo, gracias a los emocionantes versos que hablan del amor, del despecho, de la traición, de la hombría, de la amistad, de la madre...

Los sonidos rutinarios emitidos por los animales, pasan a un segundo plano, desplazados por las trompetas, las guitarras, los violines, las vihuelas, los guitarrones y demás instrumentos que acompañan las voces de acento mejicano que salen de aquella cajita envuelta en un estuche de cuero, colgado de la pared.

También se harán a un lado las conversaciones de aquellos doce obreros, las dos mujeres, el patrón y su familia que habitan la finca en la vereda de Colmenas, muy cerca de La Fuente.

Sobre el fogón de tres piedras, está el chorote donde se prepara el chocolate. Tiene dentro el molinillo de madera, que al salir a flote y comenzar a girar, indica que es el momento de batirlo para evitar que se derrame; el proceso se repite tres veces, al cabo de los cuales se produce una capa de espuma nacarada, que indica que la bebida está en su punto más delicioso, lista para consumir.

Mientras el chocolate es bajado del fogón, se alista el tejo donde se dorarán las arepas, que son volteadas constantemente, utilizando un cuchillo delgado y flexible para evitar que se peguen y se quemen.

Las quemaduras que se le hayan formado, se raspan con un cuchillo y el polvo se limpia con un paño. Se parte en cuatro pedazos y se sirve bien caliente. Para obtener el fuego lento del fogón de leña se hace apenas retirando un poco del centro los maderos ardientes.

Al final del opíparo desayuno, uno de los campesinos, para expresar su grado de satisfacción, lanza una charada:

Después de comer arepa

hecha de maíz "pelao",

se queda muy satisfecho

con el buche bien "templao",

con ganas de enamorar

y mirar de medio "lao",

esas zancas tan bonitas...

¡ay! sos camisón "rosao".

Todos ríen mirando a Martina, la jovencita que ayudó a la señora María de los Ángeles en la preparación del desayuno. Es una niña muy hermosa, de escasos trece años, recién contratada para las labores de la casa y ha sido la inspiradora del verso recitado por el labriego.

De pronto, Elías se pone de pies y baja el volumen del radio. Todos lo voltean a mirar con gesto de reprobación. El niño, de unos once años de edad, es el noveno de trece hijos de don Pedro Elías y doña María de los Ángeles.

A pesar de su corta edad, que participa en el trabajo de la finca en igualdad de condiciones con los obreros. Nacido en La Fuente el 24 de Diciembre de 1940, sus padres le ven como su digno sucesor.

Con gran destreza en el manejo del azadón y el machete, es el encargado de conducir el trabajo de sembradíos de maíz, tabaco, café, y otros productos de pancoger.

Uno de sus pasatiempos preferidos es tararear las canciones de Pedro Infante, el ídolo musical, de toda América en ese momento. Elías levanta su brazo derecho en señal de que va a decirles algo a los obreros presentes. Todos callan y escuchan sorprendidos su inusual propuesta:

—Ya que son buenos para las coplas, por qué no hacemos una canción ranchera entre todos...

Al unísono los presentes se rieron socarronamente. Algunos fueron más directos:

—Nooo, chino, cómo se le ocurre... ni más faltaba. Esa vaina e muy difícil. Además, hacer canciones es pa' gente muy instruida y vusté apenas estudió hasta tercero primaria...

—So, penco ...-le gritó su padre- , más bien váyase con Justo, José y Juan para el lado de la quebrada y limpian ese rastrojo que hay por los lados de piedra grande. Hay que alistar la tierra pa' sembrar un poco e' yuca, que ya es tiempo...

Inmediatamente todos se levantaron y haciendo comentarios burlescos fueron saliend hacia los distintos sitios de la finca a continuar con las labores.

Don Pedro Elías se notaba bastante molesto. No le parecía nada bien que su hijo se pusiera a entretenerse en asuntos musicales, porque eso hacía más lento el trabajo de los obreros. Necesitaba que Elías fuera más centrado en obedecer sus órden-es para que los trabajadores no aprovecharan la ocasión para distraerse.

Cuándo Elías, acicateado por la burla de los campesinos, al considerarlo incapaz de componer canciones, salió de la casa con su guitarra en el hombro izquierdo y herramientas en el derecho, su padre lo interrogó:

—¡Elías! ¿Vusté va a trabajar o a pendejiar con ese mugre de guitarra...?

—No, papá, es pa' entretenerme con ella en un ratico de descanso, a ver si hago una canción...

—Qué canción ni qué sieso! Preste pa'cá ese tiesto que le voy a mostrar pa' qué sirve... -le replicó su padre, al instante en que sin darle tiempo de evadirlo, tomó el instrumento por el diapasón y se lo descargó con furia sobre la cabeza haciéndolo pedazos-.

Los presentes se sintieron avergonzados por haber sido directamente responsables de lo que le acababa de suceder al niño. Con rostro apenado y en silencio, se fue ca hacia sus sitios de trabajo.

Elías volteó a mirar a su padre con rabia por lo que le había hecho a su guitarra y en su mente se incubó una idea:

—...no importa... también puedo hacer canciones sin guitarra...

Tres horas después en el rastrojo, Elías le comunica a los obreros que comparten su trabajo:

—¿Quieren oír mi primera canción? Se llama "Era mi guitarra".

Con el fin de apoyar al niño, los obreros hicieron un alto y escucharon atentos.

Creyendo que el muchacho sólo combinaría versos y estrofas de diferentes canciones conocidas, ya que se sabia todas las que sonaban en la radio, se sorprendieron al escuchar el relato fiel de lo sucedido con su padre, con una cadencia y originalidad tales, que no dudaron ni un instante en aplaudirlo en medio de aquella cañada, lejos del mundo la sofocación del candente sol que lentamente marchaba hacia el cenit.

Sus compañeros de trabajo insistieron en que la repitiera. Y lo hizo tantas veces no se percataron de la llegada de Martina trayendo el almuerzo y el guarapo. Cada uno fu tomando su cuchara de totumo y las tazas y se retiraron a buscar un lugar sombreado para almorzar.

Elías se quedó con Martina. Ella, en un acto inesperado sacó de uno de los bolsillo su largo vestido, un regalo que entregó al sorprendido joven, diciéndole:

—Cantas muy bonito. Por eso te mereces este regalo, el que le doy a un hombre...

Ella se le acercó y, mientras ponía algo en sus manos, estampó un beso en la sonroj y sudorosa mejilla. Él no atinó a responderle nada mientras la miraba alejarse a t carrera entre los matorrales.

Elías miró el pequeño envoltorio de papel y lo abrió con cuidado. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro al ver el contenido: un huevo cocido, que al instante se comió con el mayor deleite. Fue el primer regalo de un amor secreto que en adelante crecería tanto como creció en Elías su frenesí de compositor ranchero.

Un año y medio después, Martina fue despedida por sus padres al comprobarse sus constantes atenciones con el muchacho y el descuido de las obligaciones de Elías por es tarareando y componiendo canciones de amor.

Herido en sus sentimientos, Elías compuso y cantó con llanto enamorado, una tonada, mientras partía de su casa a la de los padres de Martina:

No gustan de mi matrimonio

y adiós, me voy más adelante,

me voy recorriendo el mundo,

a buscar a Pedro Infante.

 

De mi tierra me sacaron

perdido por mucho tiempo,

culpables fueron mis padres

y culpa del casamiento.

 

Con éstos dos entorchados*

tocando la introducción,

adiós mis ojitos negros,

se quedó mi corazón.

 

Con mi guitarra en la mano

cantándole mi canción

me despido de mi tierra,

por siempre les digo adiós.

(*Cuerdas de la guitarra)

Nada servía para contener la avalancha -de propósitos de amor, composiciones y cantares de Elías. Su padre le rompió dos guitarras más, lo azotaba, lo gritaba...pero nada era suficiente.

Ni siquiera despidiendo de la casa a aquella muchacha. Ni tampoco la andanada de humillaciones de sus hermanas cada vez que la veían cuando iban al pueblo.

Un día, don Pedro Elías, supuso que tan desaforado encantamiento de su hijo por aquella muchacha podía deberse a Tazones más íntimas. Por eso lo llamó aparte para preguntarle:

—Cuénteme, mijo: ¿Vusté ya hizo uso de asa vagabunda.

Elías rápidamente analizó las consecuencias que produciría su respuesta. En caso d responder negativamente, con mayor ahínco lo separarían de su amada; posiblemente decir una mentira representaba que ya no habría remedio para la situación y dejarían de interponerse entre los dos, pero, en cambio, decidió responderle:

—Papá: Primero que todo, ella no es ninguna vagabunda. Y en segundo lugar, Martina y yo nos amamos tanto que, aunque nos morimos de las ganas por estar juntos y hemos tenido oportunidad de hacerlo, decidimos respetar nuestro amor jurándonos llegar vírgenes al altar. A mí me ha costado mucho trabajo aguantar la tentación, pero...

—Ahhh, entonces esa es la vaina. Vusté lo Lo voy a mandar con uno de los obreros a El Socorro pa' que se acueste con todas las putas que quiera...hasta que le sepa a cacho...

Al día siguiente, Elías viajó con uno de los trabajadores, a quien le encomendaron tarea de visitar bares y cantinas en busca de las mujeres más hermosas y contratarlas para que se acostaran con el muchacho. Durante los dos días siguientes, fue llevado a cuatro prostíbulos en donde fue encerrado con las más lindas damiselas.

A la primera mujer con que el obrero lo "encerró", Elías le preguntó que cuánto tiempo se demorarían haciendo el amor. Ella le respondió que más o menos quince minutos. Entonces le explicó la razón de su pregunta:

—Mija, no se desvista. Lo que pasa es que yo tengo una novia en La Fuente y no voy a traicionarla porque a mi papá se le dé la gana. A usted ya le pagaron para que estuviera conmigo. Solamente hablemos el rato y al salir no diga nada.

La prostituta no entendía, pero se sentía feliz de ganarse por primera vez el dinero sin tener que echarse un hombre encima. En los días siguientes, el chaperón de Elías lo llevó de prostíbulo en prostíbulo y en todos se repitió el ceremonial de fidelidad del joven hacia su amada Martina.

Con más pasión, a su regreso a La Fuente, Elías expresaba sus sentimientos en hermosas composiciones. Habló con Martina y le reafirmó su amor pidiéndole que se casaran. Ella aceptó y con el objeto de iniciar los preparativos le entregó un vestido nuevo como modelo para que él le mandara a hacer su traje nupcial.

Al llegar a la casa, su mamá le inquirió por el contenido de la bolsa y al enterarse de qué se trataba, procedió a quemárselo.

Un domingo, día de descanso, Elías buscó a su novia para tomarse una fotografía donde Luis Hernando Rueda, el fotógrafo del pueblo. Estando en esas, llegó su prima Lilia, y reclamó por sus amoríos con Martina a quien tildó de inmerecedora de sus afectos.

Elías, mientras escuchaba, se acercó a Lilia y le rapó el monedero y al abrirlo encontró la foto de un amor secreto de Lilia.

—Pero usted qué me reclama...si ya tiene novio...o es que quiere algo conmigo. Si es así, avise...

Martina, al ver la escena y la falta de definición de Elías, se molestó tanto como no hablarle el resto de la tarde. Pocos días después, llegó a La Fuente una tía de procedente de Puerto Perales, llamada por sus padres para que se lo llevara con el propósito de alejarlo de su amor prohibido.

Antes de partir le dio a Martina la dirección de su destino y prometieron mantener en contacto por correo. Ya en el nuevo domicilio, Elías iba todos los días al correo enviarle cartas y a reclamar las suyas; pero cada vez, la encargada le informaba que no había nada para él.

Pasaron las semanas y los meses; Elías se sentía más apesadumbrado suponiendo que Martina la había olvidado. La empleada del correo le criticaba su excesivo amor, al tiempo que se le insinuaba y le coqueteaba descaradamente.

Al muchacho esta actitud le fastidiaba y le intrigaba. Sólo la entendió cuando descubrió que la empleada del correo se había confabulado con su tía.

Un día, cumpliendo la rutinaria visita en busca de las misivas de su amada, la encargada le entregó una carta. Venía de su pueblo, pero no de su Martina. Era enviada por su madre, quien en los primeros renglones decía:

Querido hijo:

La presente es para saludarlo y decirle que por aquí todos estamos muy contentos porque por fin "su amorcito", la tontarrona de la Martina, se casó el domingo...

Elías sintió que el mundo se le venía encima. Su cabeza daba vueltas. No quiso leer más. Con rabia rompió la carta de su madre. Caminó por las polvorientas calles de Puerto Perales, a orillas del río Magdalena, en busca de algo que pusiera orden a sus ideas y sentimientos.

Llorando su desventura, pasó por el teatro y al ver el anuncio de una película mexicana compró una boleta y entró, aunque ya la función iba por la mitad.

En ella, el protagonista montaba en un hermoso caballo pinto que a Elías se le antojaba lo más parecido a un "frijolito" de los que se cultivaban en la finca de su padre.

Sin importarle el contenido de la película, miró una y otra vez al caballo en escena. Había encontrado un elemento para una nueva canción, pero ya no de amor, sino d despecho y amargura:

Vengo en mi caballo pinto

traído de la serranía,

con mi guitarra cantando

por el amor que perdía.

 

Arriba caballo pinto

que ahí viene la vida mía;

al paso de mi caballo

y al golpe de mi guitarra.

 

Con la vista se conoce

la mujer que al hombre engaña

¡arre! caballo pinto

que aquí llevo mi guitarra.

La novia que yo tenía

con un amigo se ha ido,

pero no hace contrapeso

porque a mi pueblo he volvido. (Sic)

En una mezcla de ira, confusión, desencanto y celos, Elías decidió regresar después de ocho meses lejos de su hogar. Iba rumbo a la finca y de pronto se detuvo cerca de la vereda de Buenavista y le extrañó no ver aquella piedra enorme donde años atrás, él y Martina habían hecho el juramento de amor eterno, tallando dos corazones unidos por una flecha.

Cuando llegó a la región donde había vivido, encontró que todo estaba cambiado. El antiguo camino de piedra era ahora un carreteable y el buldózer había borrado el escenario de aquel amor juvenil.

Dejó a un lado su maleta y sin proponérselo comenzó a rascar su guitarra para escoger la mejor melodía, fuera en aire ranchero, oda o bolero.

Sus ojos, humedecidos por el recuerdo lejano, se cerraron y desde su corazón empezaron a salir las primeras estrofas de una canción muy sentida:

Ya no se acuerda de aquel camino viejo

lleno de flores que parecían estrellas;

juró quererme y yo juré quererla.

Estábamos sentados al borde de una piedra.

 

Al poco tiempo yo regresé por ella

ya era casada, ya no era una doncella.

Y como un loco. desesperado por ella

tal vez quería matarla, pa' no volver a verla.

 

De sentimiento me metí en una taberna

pedí una copa y un poco de botellas;

quise llorar al acordarme de ella,

de aquel camino real que ahora es carretera.

 

Tú te marchaste como errante mariposa,

para embriagarte en los perfumes de otro amor.

Dejaste mi alma todita hecha pedazos

por qué dejaste solo a mi pobre corazón.

 

Todas las flores me traen un gran recuerdo

al ver los cerros me dan ganas de llorar

porque recuerdo aquel amor perdido

que tanto había querido y nunca volverá.

 

Ya nada queda de aquel camino viejo,

de aquel cariño que amé por vez primera;

cómo quisiera que algún día me explicaras,

porqué al marcharte tú, también se fue la piedra.

Solitario, en aquel paraje cambiado por la acción del desarrollo, Elías comprendió que su vida también debía cambiar.

Sacó de su billetera aquella foto en que aparecían ambos y que tantas veces miró, pareciéndole ahora tan distinta a aquella imagen que otrora estremecía las más profundas fibras de su corazón. Ahora eran simplemente dos rostros en un pedazo de papel, sin ningún significado.

Sin pensarlo dos veces, rompió la fotografía en tantos pedazos, que habría resultado imposible su restauración. Los tiró sobre un camino de hormigas ameras y a los pocos minutos vio que tales pedacitos de papel iban camino a lo profundo de la tierra para servir de cuna a los insectos recién nacidos.

Estuvo en su pueblo unos meses más. Las noticias de mejores horizontes en Venezuela le inspiraron su partida. Después de dos años lejos de su casa, Elías regresó con una guitarra nueva, con los bolsillos llenos de bolívares y la mente libre de sentimientos aprehensivos.

Nadie lo esperaba ni sabía de su regreso. A las once de la noche, enfrente de la casa, empezó a cantar: ,

Ésta noche que alumbra la luna

qué bonito es tocar serenata.

Más bonito es mirar la ventana

y tener el orgullo de saber que es mi casa.

Ayayayayay, yo nunca la olvidaré.

 

Es Pedrito que nombra mi padre

compañero de mi madre María;

esta noche les canto canciones

porque ellos son dueños de la vida mía.

Ayayayayay, yo nunca los olvidaré.

 

Y por eso he venido a cantarles

con todas las fuerzas de mi corazón;

a decirles que mucho los quiero que

soy muy dichoso abrazando a los dos.

Ayayayayay, yo nunca los olvidaré.

 

Son mis padres lo que yo mas quiero

no hay tesoro más grande en la vida

esta noche les canto canciones

porque ellos son dueños de la vida mía.

Ayayayayay, yo nunca los olvidaré.

De la casa salió su padre presuroso y llorando, lo abrazó fuertemente diciéndole:

—Mijo, no siga cantando que me va a matar.

Toda la familia, se reunió en torno a ellos en medio de abrazos y besos. Orgulloso y alegre, Don Pedro le pidió a su hijo que lo acompañara a dar serenata a sus amigos por todo el pueblo. Al amanecer, después de pedirle perdón por las tres guitarras que le había partido en la cabeza, Don Pedro, a grito entero, lanzó un desafío en medio de la plaza:

—Aquí está mi hijo Elías, el mejor cantor que ha nacido en La Fuente. .y a quien no esté de acuerdo, lo desafió a que se le pare al frente a ver si le gana cantando...

Tras escapar a un posterior intento de su familia, de casarlo con una muchacha, a la que no quería, rechazando incluso la dote que ofrecía el padre de ella, la vida lo lanzó en brazos de su prima Lilia Gómez, su verdadero y definitivo amor. Con ella, su vida sentimental ha sido más plena y gozosa; sin la zozobra ni el desencanto de aquel amor juvenil que lo convirtió en cantor.

Hoy, después de cuarenta años, Elías se siente satisfecho de lo que la vida le ha dado: sus hijos de carne y hueso —Mercedes, Jazmín, Lilí y, Arnulfo—; y otros trescientos ochenta y cinco en forma de canción, cincuenta de ellas grabadas en su voz y con su propio sello disquero.

Es el compositor que más le ha cantado a los pueblos y ciudades de Santander destacándose las melodías dedicadas a La Fuente, su pueblo natal, Barichara, Zapatoca, Galán y El Socorro.

Uno de sus más gratos recuerdos es el de la forma en que hizo su primera grabación: con treinta mil pesos ahorrados en su tienda durante dos años de arduo trabajo, se presentó a donde Don Emilio Fortou, gerente de Discos Tropical, y a los ocho días llegó a su casa con una caja llena de discos de 78 rpm, formato que todavía se usaba en ese año de 1967.

A su esposa Lilia no le gustó mucho que malbaratara la plata en eso, pero calló, sabiendo que para su amado Elías, la música siempre ha sido algo, tanto o más vital que la comida misma.

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