Por: Manuel Ancízar
Peregrinación Alpha, año 1850
Fue escrita entre los años 1850 y 1851, cuando a su autor le fue confiada por el gobierno nacional la tarea de recopilar los datos geográficos y etnográficos que habían de complementar el levantamiento del mapa del país que estaba haciendo la Comisión Corográfica bajo la dirección de Agustín Codazzi.
……”Por ventura, no faltarán rutineros apáticos que califiquen de teoría irrealizable la moralización de las clases pobres, mediante la apertura de escuelas gratuitas de artes y oficios como, por ejemplo en Zapatoca, donde no hay una mujer ociosa, no hay siquiera un niño que no tenga empleadas todas las horas del día en tejer sombreros que venden provechosamente los domingos en el mercado.
Cuatro y media leguas al norte de Guane queda Zapatoca, villa cabecera del cantón de su nombre. La primera legua del camino es de bajada fácil hasta llegar al río Saravita, que se pasa por una cabuya de 104 varas de longitud; síguele una subida de dos leguas al cabo de las cuales se llega a la explanada de Zapatoca; entre el fin de la cuesta y el paso del río hay una diferencia de 1.157 metros de altura sobre el mar, pasándose repentinamente de 30° centígrados de calor a sólo 19·; de la tierra de los tunos y cardones, a la tierra de las rosas silvestres y las llanuras vestidas de menuda grama; del calor que evapora toda humedad a la frescura del ambiente que deja brillar intactas sobre la hierba las diáfanas gotas del rocío de la noche.
La legua y media restante se camina teniendo a mano izquierda las serranías montuosas que van a perderse en la hoya del Opón y a mano derecha la cadena de cerros que concluyen sobre el desgarrado y profundo cauce por donde van bramando sus aguas los ríos Saravita y Chicamocha, que reunidos allí forman el Sogamoso, tributario principal del ancho Magdalena.
Cuenta Zapatoca cerca de 2.000 habitantes bien aposentados en casas de teja ventiladas y limpias, distribuidas en manzanas cuyas calles empedradas se cortan en ángulo rectos. Situada en terreno abierto a 1.723 metros de altura sobre el nivel del mar, goza de una temperatura constante de 19 a 20 grados centígrados, de aires puros, y por consiguiente, de clima sano, como lo testifican la larga vida de sus abuelos y la robustez y elevada estatura de sus naturales.
Tiene una buena iglesia de piedra labrada y dos capillas menores: cinco escuelas primarias, de las cuales una pública gratuita con 120 alumnos, mal surtida de útiles y no muy dirigida;: las cuatro escuelas privadas apenas merecen este nombre, pues en todas ellas no se numeran mas de veinte párvulos de ambos sexos.
El viajero que llegue a Zapatoca un día de trabajo, juzgará desierto el pueblo, pues ni en las ventanas ni en las calles se ve gente, salvo tal cual criada que va presurosa a su mandado, y algún hombre que atraviesa las calles, atento a sus negocios, todos los demás no están visibles.
Los hombres pasan la semana en las estancias cuidando y mejorando sus labranzas, o andan en viajes de comercio por las ardientes soledades del Opón o por los pueblos vecinos. Las mujeres viven encerradas en sus casas tejiendo sombreros de nacuma, en cuya industria son tan hábiles, que no hay labor que no imiten, ni forma de gorra extranjera que las arredre.
Todo lo intentan y en todo salen bien. Es admirable la perseverancia de estas mujeres en el trabajo, pues no lo dejan de la mano desde el amanecer hasta la noche, y llegada ésta se reúnen diez o doce en casa de una amiga, costean a escote un buen candil de aceite y sentadas en derredor sobre esteras puestas en el suelo, siguen tejiendo parte de la noche.
Si por ventura llega visita, le procuran asiento y sostienen la conversación, pero sin alzar las manos ni los ojos del naciente sombrero, que indispensablemente debe ser rematado y blanqueado el sábado en la noche para venderlo el domingo en 8, 12 ó 32 reales, según la finura de la obra.
Llega el esperado día, y desde temprano se las ve salir a misa vestidas de traje entero de zaraza fina, pañolón decente, sombrero de reducidas dimensiones, fino y blanquísimo, adornado con ancha cinta de lujo, y el breve pie ceñido por la alpargata nueva y crujidora.
Ni un vestido sucio, ni un harapo de miseria mancha el cuadro animado que después de misa forman en la plaza del mercado estas mujeres ejemplares y la concurrencia de hombres vestidos de blanco, casi todos sin ruana, descollando los tostados rostros por encima de los forasteros, ninguno de los cuales les iguala en la talla, y pocos en el despejo del semblante y del ademán.
A las tres de la tarde cesa el comercio de sombreros, cuyo valor anual se calcula en 31.200 pesos, las mujeres vuelven a sus casas con manojos de nacuma y desde entonces comienzan el sombrero que habrán de vender el otro domingo.
Para ellas no hay ociosidad, no hay paseos, y rara vez en el año alcanzan la diversión del baile en la noche de un día de fiesta; sus costumbres son buenas y por extremo sencillas; su trato amable y natural, y en el semblante llevan la expresión de serenidad que nace del sentimiento de su valer y de la satisfacción de no necesitar auxilio ajeno para cubrir los gastos de la familia.
¡Desgraciada la ciudad o provincia que permanezca soñolienta y perezosa cuando todo en derredor se agita, rotas las viejas ligaduras, y que teniendo medios para salir a salvo de esta crisis no los ponga en uso desde luego! Zapatoca se distingue por la laboriosidad de sus gentes que no escatiman esfuerzos para lograr su propia subsistencia, en contra de otros poblados que la pereza y la envida nos deja prosperar.
Desafortunadamente sobre este pueblo afortunado y tranquilo cayó de repente el azote de los tinterillos: uno de ellos preparó el campo y regó la simiente de mil enredos, que su sucesor, más experto y audaz, ha hecho fructificar copiosamente; y otra tramando por su propia cuenta, ora empleando su infernal habilidad en fomentar las rencillas que no faltan entre vecinos, ha creado tal cúmulo de causas criminales, que la mitad de ellos se hallan comprometidos como reos de imaginarios delitos, y la otra mitad como testigos, ha quienes de intento ha hecho perjurar para sumariarlos, sino le rinden obediencia.
Por último, no teniendo a quién encausar, desde el cura para abajo, había levantado sumarios a San Joaquín y a la Virgen, por contrabandistas de tabaco, valiéndose para ello de que en tierras de la iglesia descubrió algunas matas de aquella planta. Por manera que cuando estuvimos en Zapatoca se hallaban divididos los moradores en dos bandos enemigos: los secuaces del tinterillo, y sus opositores o víctimas.
El ha sabido insinuarse en los negocios cantorales y ha introducido una policía chacarera, sin cuya intervención y licencia no puede darse un paso, nadie puede reunirse ni aún para la diversión más inocente. Confieso que el influjo y predominio de esta polilla sobre un vecindario entero me parecieron extraordinarios; pero cuando más adelante tuve ocasión de contemplar la ruina de dos pueblos que fueron prósperos, Mogotes y El Páramo, convertidos en campos de discordia y desolación por otros malvados del mismo oficio, cesó mi admiración y comprendí hasta dónde puede llegar la candidez de nuestros pueblos agricultores y la maldad de algunos hombres, en cuyas manos las leyes destinadas a proteger la sociedad se transforman en armas venenosas que la hieren por todas partes y la matan.
En la modesta posada del pueblo nos esperaba un baile en que esperaba ver reunido lo selecto del vecindario. Una casa baja, recién blanqueada por dentro y por fuera donde la puerta de la calle es igual a la de la sala, sencillez adoptada en casi todas las casas de los pueblos que iba visitando: el zaguán está de más donde la hospitalidad se ofrece popularmente, y, en consecuencia, la sala se abre sobre la calle como para invitar al transeúnte.
Sirva aquella de pasadizo para el interior, de comedor también, y hasta de almacén para las cargas y monturas del viajero; en la pieza inmediata se encuentra la tinaja del agua, las señoras de la casa y un perro respetable, de los de pelo raído, carnes ausentes y orejas averiadas.
El ajuar de la casa consiste en cuatro robustas sillas de roble, forradas en cuero que fue pintado, una mesa pesada situada sobre dos poyos en el ángulo menos visible desde la calle, y un escaño eclesiástico arrimado a la pared, en la cual suelen clavar estampas divinas y profanas donde la suerte les depara lugar.
De las dignas patronas, la una es dueña de un carácter gubernativo y perentorio, justificado por el reverendo coto que le mantiene la cabeza erguida y le proporciona el metal de voz grave y cavernoso, peculiar de las personas favorecidas con aquél apéndice nacional; la otra, pacífica, obediente y hacendosa, siempre de la misma opinión que su hermana; entrambas de edad provecta, cuidadosas del aseo y buen servicio de la casa y llenas de bondad para con los huéspedes que reciben.
Sendos ratos pasé admirando respetuosamente los tabacos de a palmo y medio que se fumaban, y obteniendo de ellas muchas noticias acerca de las cosas locales, pero sin poderles sacar una opinión decidida contra las fechorías del tinterillo del pueblo; tal es el miedo que infunde. Por lo demás, en esta posada encuentra el viajero cuantas comodidades puede ofrecer el país en medio de la frugalidad y sencillez de costumbres de sus moradores.
Era la noche de un domingo, y se anunciaba que habría baile, al cual me hicieron el favor de invitarme. A hora competente la música tocó llamada de concurrencia desde la esquina de la plaza. No tuve necesidad de preguntar cuál era la casa del baile, pues el pelotón de curiosos agolpados a las ventanas y puerta lo indicaba suficientemente.
Como el que rompe el monte por entre apretados matorrales, me abrí paso hasta ganar el descampado de la sala, y del examen fotográfico que de ella hice resultó que, a un extremo estaba la orquesta compuesta de tambora, redoblantes, panderetas y dos violines, todo ello tocado con vigoroso entusiasmo; por encima tenía una araña de hoja de lata cargada con velas de sebo, y que al otro extremo comenzaba el estrado. Tomé posición entre dos jóvenes forasteros, que con decirles que yo eran gente de estudios quedaba establecidas su amabilidad y cortesanía, y de luego a luego trabamos conversación.
-“Reparo–les dije-, que prescindiendo de las mamás que están fumando, hay señoritas con sombrero puesto; ¿Por ventura bailan con ese adorno de nacuma?”
-“No tal–me respondió el más experimentado-. El sombrero puesto significa que la señorita no baila, lo mismo que la ruana conservada por aquellos galanes significa que ellos tampoco bailan”.
-“Ahí tiene usted una excelente invención para evitar chascos y para mantenerse neutral”.
-“Y tanto más necesaria–repuso el otro joven- cuanto sé por experiencia dolorosa que aquí no es bien recibido invitar a una dama después dehaberse negado a bailar otra pieza por hallarse sacada. Sucedióme una vez que rogué a una linda niña me concediese el honor de valsar con ella, pero ya tenía compañeros escriturados para cuantas piezas se bailaran; y como yo no deseaba estar quieto, me dirigí a la vecinita sin sombrero, solicitando aquel favor. “Caballero–me contestó con mucha gracia –yo nosoy suplefaltas”. Quedéme estático, y sin el consuelo de enojarme, pues me advirtieron que había cometido una descortesía, yo no debí dirigirme tan de cerca, sino a quien no hubiese oído la primera negativa”.
-“Siendo así–le observé-, están ustedes mal, pues creo que no llegan a cinco las señoritas presentes, ¿será que no gustan del baile las de este pueblo?”.–“No serían granadinas–replicó mi interlocutor-. Lo que ha sucedido, y no quería participárselo, es que el dueño de la casa tuvo la inconcebible audacia de anunciar este baile y convidar señoras sin el permiso del tinterillo del pueblo, quien ha corrido la voz de que nos llevará a la cárcel, músicos y danzantes, y, como ese maldito es capaz de todo y manda en jefe, las señoras, atemorizadas, se han abstenido de concurrir, y en realidad no habrá baile”.
-¡Licencia para bailar! ¡Licencia para que estas jóvenes, modelos de virtud y laboriosidad, se diviertan un rato después de largas semanas de trabajo!”.–“Como usted lo oye, --me contestó-, y no sé qué es lo que más me indigna, si el ver que tales cosas se sufren en un cantón de la altiva Socorro, o la idea de que el tiranuelo introducido en Zapatoca es una fiel copia de dictador”.
Trazas teníamos de no concluir la charla, cuando vinieron a notificar a mis dos compañeros que se contaba con ellos para la inmediata contradanza. Dividímonos, y con alguna dificultad logré romper el gentío agolpado hasta la sala y verme en la calle. La tibia luz de la luna bañaba las casas y los desnudos cerros del alrededor, con la intensa claridad que despiden los astros sobre las regiones altas de nuestras cordilleras.
Gradualmente me fui alejando del ruido del baile; a cierta distancia sonaba como un eco débil, apenas suficiente para interrumpir el silencio que cobijaba el pueblo, en que el sol siguiente no debía encontrarme. Dije un adiós cordial a Zapatoca, y desde el fondo del alma hice votos porque no le cupiera la suerte que a Mogotes y El Páramo.
No tiene el cantón de Zapatoca más distritos parroquiales que Betulia y San Vicente, de modo que en un territorio de 51 lenguas cuadradas cuenta con sólo 9.300 habitantes; bien que lo habitado se reduce a 25 leguas cuadradas, y en realidad, suponiendo que la población igualmente diseminada sobre ellas, que no lo está, tocarían 327 habitantes por cada legua, mínimo que ningún otro cantón del Socorro presenta. Pueden calcularse 1.100 niños en edad de recibir la instrucción primaria, y de ellos solamente participan de este beneficio; por manera que el 87 por ciento de la generación nueva y el 98 por ciento del total de habitantes yacen sumergidos en absoluta ignorancia literaria.
Este mal es irremediable mientras la población no alcance otra cifra más proporcionada a la extensión del territorio, y multiplicadas las escuelas se hallen cerca de las familias campesinas, cuyos individuos, desde el jefe hasta el más pequeño, tienen señalada ocupación en las estancias.
Prodúcese anualmente en el cantón por valor de 194.000 pesos, estimando los artículos al precio corriente en el lugar. La agricultura suministra 16 ramos de producción, entre ellos 40.000 pesos en tabaco, 75.000 en maíz y 6.300 en azúcar y panela, contándose trapiches movidos por animales.
Las manufacturas consisten en tejidos de algodón y lana suficientes para el consumo doméstico, alpargatas y obrajes de fique, sombreros de nacuma, cuya venta deja en manos de las mujeres 31.200 pesos anuales.
Si rebajamos del total de habitantes 2.300 individuos inútiles por estar en los dos extremos de la vida, la masa de producción repartida entre los 7.000 restantes, da por cada persona 221 reales, cuota de su trabajo productivo, libre de los gastos de existencia, presentando el lisonjero espectáculo de un pueblo laboriosísimo, moral, en el que no se conocen los crímenes, ni la miseria. Porque ha de tenerse en cuenta que en Zapatoca no está monopolizada la tierra en pocas manos, sino distribuida entre todos, y todos concurren a la producción de la riqueza con igualdad de medios y de resultados. ¡Feliz el país del que pueda decirse otro tanto! Un lunar, tan sólo uno, aunque pequeño, mancha este bello cuadro: ¡Zapatoca tiene 30 esclavos!.
No menos risueño es el porvenir de esta importante Villa. La casualidad la situó en el único punto desde donde puede abrirse un buen camino para bajar al Sogamoso y de ahí al Magdalena, evitando los escarpados estribos de la cordillera, que en cualquier otra parte cortaría la línea del camino con eminencias y precipicios sucesivos, como acontece en las actuales sendas de Simacota y Chucurí.
Con efecto, poco más de Betulia se encuentra la Cuchilla del Ramo, como un puente echado por la naturaleza para unir la espalda de Zapatoca con la distante serranía de La Paz. Por la falda occidental de esta cuchilla es fácil llegar con el 8 por ciento de descenso hasta cerca de la desembocadura del río Chucurí al Sogamoso, dirigirse después hacia una depresión que felizmente abate los cerros de La Paz y permite atravesarlos bajando siempre el camino con el 7 por ciento, y finalmente continuar flaqueando por el occidente dichos cerros hasta llegar, con la inclinación de 5 por ciento, a las aguas del Sogamoso, profundas y mansas en aquel punto. Trazado este camino con las curvas multiplicadas que le impondrían los cerros, mediría 13 leguas granadinas, distancia que andarían las recuas en dos días por un plano suavemente inclinado, sin pasar atascaderos ni pantanos insalubres.
El descubrimiento de esta ruta se debe al señor Codazzi, quien trazará y nivelará en breve la línea del nuevo camino en cuya ejecución está vivamente interesada la provincia. Asegurada de esta manera una salida cómoda y barata, el Socorro aumentará la producción de tantos y tan variados artículos exportables con que cuenta, sus moradores hallarán multiplicados modos de emplear con provecho el activo espíritu de empresa que hoy les impele a emigrar, por hallarse estrechos dentro de los reducidos límites del tráfico interior, y aquella provincia, singular por la índole y valor de sus habitantes subirá con rapidez a un grado de prosperidad que ellos mismos no pueden calcular hoy.
Por tanto, Zapatoca será puerto de depósito, lugar de escala de un vasto comercio y mercado sin rival, donde se establecerán las provincias más pobladas del norte; sus vecinos en masa deberían concurrir a la apertura del camino cuyas llaves tendrán en sus manos por la posición que ocupan.